España es así
Va por usted maestro, JS
Se tiende el sol en estas fechas como el torero tiende el capote sobre la arena antes de recibir al morlaco. Pero la noche aguarda para vengarse con unas heladas que se clavan en el cuerpo como astas con tres trayectorias: la del tiempo, la de la duda y la de la pasión. Mientras tanto, suenan la percusión y el clarín y el tendido aguanta mientras el paso se zarandea por las armaduras. Como si la capilla saliera de toriles hacia el albero. Como en la Monumental de Las Ventas o en la Maestranza, el silencio se adueña de los momentos más intensos. ¡Silencio!
Desde el balcón, la presidencia canta una saeta antes de la primera suerte, esa que los privilegiados sienten y con la que vibran, la que les mantiene aferrados a la vida a no ser que la esperanza se trunque en la incomprensión. Cuándo la muerte rasgará la vida.
Se levanta el viento o caen las primeras gotas, las peores inclemencias que pueden deslucir la magia. Gotas como lágrimas en la lluvia de una madre que presagia el fatal destino. Pero el de luces no siente ni padece y el público se integra en esa hipnosis colectiva formando parte de lo solemne.
La Capilla. Obra de Fernández Galiano.
Cientos, miles de miradas se cruzan adivinando la aflicciones propias o ajenas mientras las luciérnagas se reflejan en el asfalto mojado, en el brillo de las armaduras o en las lentejuelas doradas de quien conserva el estoque con forma de cruz, o la que dibujó con su calzado de luto sobre la piedra molida. En el momento más sublime ordena parar la música y al coro. Un golpe seco del timbal acalla sepulcralmente cualquier nota, cualquier voz. Un misterio permanente aguarda el desenlace. En la suerte suprema que brindó a todos siente una gélida punción en el costado derecho, una lanzada que le parte el alma en dos. Se llamaba Jesús y tenía treinta y tres años. Sus fieles le llevan a hombros en la plaza demudada.
Mientras tanto, un Berlanga intenso rueda el acontecimiento y a los representantes de una y otra vida: el obispo y la curia, y luego las autoridades con sus condecoraciones que no han olvidado en el balcón principal. Las damas con mantilla, como Dios o la tradición mandan. Del sepia al color, como cuando veíamos en la tele al Viti o a Paco Camino. Como cuando la borriquilla blanca era la única que no necesitaba el color de una España que ya no es lo que era salvo en el Arte y en las Procesiones en una “conjunción única”. Al montar el metraje, el de “Los jueves, milagro” observa atónito el segundo. Es el tercer día. Mal que a algunos les pese o lo quieran creer, España es así.