Franco
Tras cuatro años de enfrentamientos, cuando en 1865 finalizó la guerra civil estadounidense, más conocida como la guerra de Secesión, no hubo represión alguna hacia los derrotados.
El general Grant ofreció una generosa rendición al general Lee gracias a la cual los soldados confederados fueron autorizados a regresar a sus casas una vez entregadas las armas, sin ser juzgados ni encarcelados, tan sólo exigencia de no volver a combatir. No hubo ejecuciones ni reclusión para los militares ni para sus líderes. La reintegración del Sur a la Unión y la reconstrucción del país fueron los pilares sobre los que se edificaron el enorme desarrollo económico de los Estados Unidos, el fortalecimiento de su democracia liberal y el impulso de una sociedad abierta.
En España no tuvimos un general Grant, tuvimos a Franco. Grant se convirtió en el decimoctavo presidente de los Estados Unidos por dos mandatos; Franco en el Generalísimo, dictador durante cuatro décadas. La represión tras la guerra civil española fue brutal, exterminadora, sistemática y organizada. Fusilamientos y campos de concentración, depuraciones y persecución. Se pretendió arrancar de raíz “el mal”. Durante la guerra, unos y otros ejercieron el terror brutalmente, cometieron excesos, asesinaron sin miramientos. La diferencia con otros conflictos fue el después. La narrativa de la época justificó la sanguinaria represión postbélica como la necesidad de purificar, de limpiar España. Nada que ver con la “paz, piedad, perdón” del discurso de Azaña en 1938. Al contrario, estuvo a la altura del estalinismo más ramplón que aludía, para justificar su genocidio, a los enemigos del pueblo y a la necesidad de purgar a los traidores a la revolución.
Franco construyó un sistema autárquico, disfuncional, una cruel dictadura basada en el terror original, en la eliminación sistemática del otro. Sin oposición interior, su régimen fue camaleónico: fiel aliado del eje de Berlín en sus inicios, aislado internacionalmente a partir de 1945, recuperado gracias a su anticomunismo en los 50, superviviente hasta el final de sus días. Veinte años de hambre y cartillas de racionamiento debidos a la intransigencia autárquica, consecuencia lógica del falangismo imperante. Veinte años en el subdesarrollo que fueron freno al crecimiento. Mientras Europa creaba los estados de bienestar, aquí había mucho Estado y poco bienestar. Y quince años más de desarrollo industrial y apertura económica gracias a los planes liberalizadores de los años 60, que vaciaron la España interior y trajeron inversiones y turistas. Todavía hay quien lo suaviza o lo justifica, más por ignorancia que por conocimiento real de lo ocurrido, supongo. La ideología también enturbia el juicio histórico. Cincuenta años desde su muerte, tras una transición virtuosa y una consolidación ejemplar, por fortuna, qué lejos queda. Maldito sea por siempre.