Generar riqueza

16/05/2020 - 14:16 Emilio Fernández Galiano

El comunismo, el histórico y el actual, ya ha demostrado reiteradamente que en nada ayuda al enriquecimiento cultural, intelectual, social y material de nuestra sociedad.

El presidente francés, Emmanuel Macron, destina 115.000 millones de euros a ayudar a sus empresas, sabiendo que así ayuda a los contratados por las mismas. El gobierno socialcomunista español, destina sus recursos a aumentar la intervención de la estructura del Estado y a los salarios mínimos vitales de los que “manifiestan no tener ingresos”. Esa es la diferencia entre una economía de mercado a otra subsidiada, la diferencia de potenciar a los pescadores en lugar de regalar peces.  

Los gobiernos de Alemania, Reino Unido, Francia e Italia anuncian importantes ventajas fiscales a las empresas de sus respectivos países que inviertan tras la pandemia. El gobierno socialcomunista español avisa de importantes incrementos de la carga impositiva a bancos, sociedades y del patrimonio. 

Bélgica compromete 16.000 millones de euros a sus profesionales de la sanidad mediante una paga extra o excluirles de sus obligaciones fiscales durante el próximo ejercicio. En España el gobierno socialcomunista destina la misma cantidad a los dos emporios de la televisión privada que por su posición privilegiada del duopolio controlan el 95 % de la publicidad y obtienen pingües beneficios. Premio gordo añadido al peloteo –y al silencio-. Y a sus sanitarios les siguen teniendo explotados ganando lo mismo que cualquier parlamentario sólo en dietas –éstas sin tributar-. 

De los principales gobiernos europeos, el gobierno socialcomunista español es el que mayor número de ministros arroja (23 miembros ilustrados) a la bacanal del poder –el gobierno más numeroso desde la Transición-, frente a los 14 ministros del Ejecutivo alemán, la primera potencia europea. 

El gobierno socialcomunista español aspira a acabar con los ricos –el primero, con el abanderado Amancio Ortega, por dios, cómo se le puede criticar- incrementando el impuesto sobre el patrimonio y recuperando el de sucesiones. El hecho me recuerda a la anécdota del encuentro entre  el social demócrata Olof Palme y uno de los personajes más polémicos de Portugal, el militar radical e izquierdista Otelo Saraiva en la revolución de los claveles, que visitaba Suecia. El primer ministro nórdico le preguntó por la situación portuguesa del momento, a lo que el líder revolucionario le contestó que muy satisfecho porque estaban acabando con los ricos, a lo que el mandatario sueco, lejos de hacérselo, le espetó: “es curioso, nosotros estamos acabando con los pobres”. Olof Palme fue asesinado al volver a su casa sin escolta. Con nuestros gobernantes actuales sería impensable, les acompaña un séquito que ni Trump.

La socialdemocracia europea, incluida la española, ha aportado al viejo continente lo mejor tras la II Guerra Mundial. Insignes mandatarios, junto a liberales y democristianos, han convertido a la “vechia signora”, en extrapolación continental de la Juve, en territorio próspero y tolerante, tal vez sin parangón mundial. Cualquier experimento, como el de Sánchez, que cambie el guión, nos llevará al precipicio –reciente botón de muestra, Grecia-, porque el comunismo, el histórico y el actual, ya ha demostrado reiteradamente que en nada ayuda al enriquecimiento cultural, intelectual, social y material de nuestra sociedad, de nuestra añorada Europa. Y Pedro Sánchez será el primero en comprobarlo.