Javier Marías
Con Javier Marías desaparece un valioso eslabón independiente de lo que, al parecer, ya supone el engranaje de un nutrido grupo de profesionales ajenos a las prebendas del poder.
Conocí al gran novelista en las jornadas literarias seguntinas que se celebraban en el Parador de Sigüenza. Un acto cultural muy consistente pero, como es habitual en esta España nuestra, poco valorado. Por allí pasaron magníficos escritores, incluido nuestro protagonista de quien, tras su desaparición reciente, el mismo Pérez Reverte se lamentaba con resignación que nunca hubiera sido propuesto para el Nobel. «Que Javier Marías haya muerto sin el premio Nobel le quita mucha categoría al Nobel»
No era Marías hombre de una simpatía desbordante, sí muy educado, y tengo para mi que la sombra de su padre, el filósofo orteguiano exiliado en Estados Unidos y reconocido finalmente por el franquismo en 1964 tras su ingreso en la Real Academia Española, no era del todo de su agrado. No por don Julián, si no por el momento o la época.
Con todo, los méritos de Javier Marías como escritor, novelista y ensayista, a su manera, son indiscutibles como bien dice el prolífico escritor cartagenero. Profesor en la Universidad de Oxford, era un profundo conocedor de la literatura anglosajona. Reconozco que no he leído demasiado de la obra del ya difunto, pero lo poco, me atrajo como al cangrejo el ladrillo. Al margen de sus trabajos literarios, huía de clichés establecidos en lo que consideraba modas impuestas por una sociedad escasamente original. Por ejemplo, renegaba del feminismo actual echando en falta el “feminismo clásico”, en el que la seducción formaba parte del juego, aspecto que comparto. Pero si en algo coincido con el ilustre literato es en algunas consideraciones sobre sus reflexiones respecto a la independencia creativa. Aunque sea en eso, me reconforta pensar igual que él, ya siento no poder compartir su inmenso talento, ya quisiera, pero sí alguna de sus ideas.
Javier Marías, en las Veladas Literarias de Sigüenza.
Marías rechazó distintos premios de las Administraciones Públicas por considerar que, en un juego sutil, condicionaban la independencia creativa del artista -al fin y al cabo el escritor también es artista-. Prefería que las dotaciones económicas correspondientes se utilizaran en la formación de futuros escritores. En más de una ocasión he defendido una Ley de Mecenazgo que favorezca el apoyo privado de las empresas al mundo del Arte. No conviene que sea lo público quien apoye o financie, pues parece que es a cambio de algo. Otra cosa es que la Administración adquiera Arte, sensible a él. El Museo del Prado es buen ejemplo.
Con Javier Marías desaparece un valioso eslabón independiente de lo que, al parecer, ya supone el engranaje de un nutrido grupo de profesionales ajenos a las prebendas del poder. El mundo del cine, que también le apasionaba, podría tomar buena nota, como el resto de vertientes creativas, que viven de sus “clientes” y no de ningún ministerio.