Juana es nuestra reina


 En una trilogía las Hermanas Lara van a detallar la biografía de la soberana más incomprendida de la Historia de España. 

Isabel y Fernando tuvieron 5 hijos: Isabel, Juan, Juana, María y Catalina. La segunda hija de los Reyes Católicos, no estaba destinada por la línea sucesoria a heredar Castilla. 

Juana cumpliría este otoño 542 años. Nació el 6 de noviembre de 1479 en Toledo. Falleció el 12 de abril de 1555 en Tordesillas (Valladolid). Su venida al mundo tuvo lugar 2 meses después de que se firmara el Tratado de Alcazobas con Portugal que puso fin a la guerra civil castellana librada entre Isabel y su sobrina, otra Juana, apodada “La Beltraneja”. El ocaso de Juana de Castilla se produjo 5 meses antes de que su hijo Fernando, en representación de su hermano, Carlos V, firmara la Paz de Augsburgo que marcó la confesionalidad de los reinos hasta el Tratado de Westfalia (1648). 

Desde su infancia, Juana, a la que no llamaremos “La Loca”, pareció estar lúcida, sobre todo con la afición hacia la danza y la música, los hados la condujeron hacia el norte, como archiduquesa y princesa de Flandes. En 1496 se casó en Lier, en la provincia de Amberes con Felipe, el hijo de Maximiliano de Austria y María de Borgoña. 

Pero una serie de fallecimientos desembocó en su retorno a la Península: en octubre de 1497 murió su hermano mayor Juan a los 19 años, según se dijo por sus excesos sexuales con su joven esposa Margarita; un año después pereció la hermana mayor de Juana, Isabel, casada con Manuel I de Portugal y, antes de su segundo cumpleaños, Miguel, hijo de estos y nieto de Isabel y Fernando, trasponía del mundo. Por ello, en 1500 Juana se convirtió en la única heredera de las coronas de Castilla y Aragón, implorándole su madre que volviera urgentemente de los Países Bajos. 

Entonces nadie cuestionaba la capacidad de Juana para reinar. En 1501, el obispo de Córdoba, enviado por los Reyes Católicos como embajador a Flandes, informaba de que era habida por muy cuerda y por muy asentada. Ese mismo año, el embajador residente de España había llegado a decir que “en persona de tan poca edad no creo que se haya visto tanta cordura”.  Entre otras virtudes, demostraba gran soltura a la hora de tocar el clavicordio. La música no desaparecería de su tenebrosa vida, no en vano dio a luz a su hijo Carlos el 24 de febrero de 1500 durante un baile en Gante.

En cuanto Juana y Felipe llegaron a España, la reina Isabel dispuso los mecanismos para que las Cortes de Castilla reconocieran a su hija como heredera legítima al trono. El archiduque Felipe, relegado al rango de consorte, abandonó España 6 meses después. La intención de Isabel era que Juana la sucediese en Castilla como reina propietaria, con o sin el apoyo del archiduque. Las Cortes de Toledo, reunidas en mayo de 1502, marcaron un punto de inflexión en la vida pública de Juana, pues empezó a ponerse en cuestión su idoneidad para gobernar. Cuando la reina Isabel redactó un último testamento existían serias dudas en torno a la salud mental de Juana. 

Tras la muerte de Isabel la Católica en 1504, probablemente por cáncer de útero, el viudo quedó en una situación muy delicada en la corte castellana. Aunque el testamento nombraba a Fernando de Trastámara regente de Castilla hasta que su nieto Carlos (el futuro emperador del Sacro Imperio Germánico) alcanzara la mayoría de edad, la falta de apoyos entre la nobleza local y la llegada a España del padre de éste, Felipe el Hermoso, obligó al monarca a retirarse a Aragón. Precisamente la decisión de Isabel buscaba evitar que un extranjero se hiciera con la corona y que Juana fuera usada como marioneta.

Pese a todo el afecto que guardaba a Isabel, retratado en la frase “su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me podría venir…”, lo cierto es que el consorte no esperó mucho tiempo antes de volver a casarse. A la espera de recuperar la regencia, Fernando neutralizó el apoyo galo a su yerno Felipe por el Tratado de Blois y desposó, en octubre de 1505, a Germana de Foix, sobrina del rey de Francia Luis XII, quien cedió a la joven, de 18 años, los derechos dinásticos del reino de Nápoles y al aragonés, de 53, el título simbólico de Rey de Jerusalén.