La amistad
Queremos nuestras amistades y ellas nos quieren lealmente. Habrá aspectos que no gusten en cualquiera de las dos partes, pero aceptar a una persona con su lado bueno nos engrandece y que nos reconozcan con nuestros defectillos, ayuda a mejorarnos.
El artículo que están leyendo lo habré hecho y rehecho una decena de veces, pues hablar de la amistad es un empeño tan gratificante como difícil. Creo que todas las personas coincidiremos en que las amistades verdaderas son una bendición, pero que no existe un patrón estanco con el que calificar estas relaciones tan especiales.
Hay amistades del alma que nos acompañan hasta que nos despedimos de este mundo. Otras están en nuestra vidas solo por un periodo de tiempo, pero no por ello son menos auténticas. Algunas son más superficiales y otras se tejen en aguas más profundas. Incluso hay amistades falsas que acaban provocándonos decepciones, pero quitando estas últimas, todas las amistades tienen algo en común: la incondicionalidad.
Queremos a nuestras amistades y ellas nos quieren lealmente. Habrá aspectos que no gusten en cualquiera de las dos partes, pero aceptar a una persona con su lado bueno nos engrandece y que nos reconozcan con nuestros defectillos, ayuda a mejorarnos.
He mencionado el cariño incondicional, la lealtad… también la solidaridad y el compromiso definen una amistad real. Da igual si nos vemos todos los días o solo unas pocas veces al año, porque cuando se está con un amigo o una amiga pareciera que no hay intervalos de tiempo, que todas los noches compartimos cena y todas las mañanas sentimos la emoción del reencuentro.
Son muchas las veces que he escuchado que las mujeres somos malas entre nosotras y que la amistad femenina es compleja. ¡Tamaño disparate! De verdad, estas cosas son cansinas, pero es que, además, son inciertas. Lo malo es que esas etiquetas pueden llegar a ser dañinas, pues animan a la desconfianza entre congéneres.
Pie de foto: Las primas Azucena, Araceli y Raquel en la romería de la cueva del Beato (Cifuentes).
Afortunadamente, el conocimiento empírico nos muestra una realidad bien diferente y derredor nuestro encontramos ejemplos de amistad entre mujeres y de otra categoría maravillosa: la sororidad, concepto que ha difundido por todo el orbe una referente feminista, Marcela Lagarde.
Tengo que decir que cuando ostenté el cargo de directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha, un medio de comunicación me daba hasta en el velo del paladar cuando empleaba este término, el cual, pasado un tiempo ha llegado a ser asumido por la RAE, definiéndolo como la amistad o afecto entre mujeres y también como la relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento.
A lo largo de la historia, tan patriarcalista ella, creo que las mujeres difícilmente hubiésemos vivido con un mínimo de dignidad sin la sororidad. Vecinas, parteras, amigas, parientas, compañeras de trabajo, etc., todas ellas conforman esa constelación tan especial de la sororidad, donde cada una de nosotras es una estrella que brilla y vibra en coordinación con las demás.
Hablando de sororidad, no puedo evitar pensar en el Instituto de la Mujer y todas las mujeres que entonces conocí y que todavía siguen en mi corazón, como Ángeles, Vicenta, Mabel, María José o las «Francisca de Pedraza». Voy a personalizar a todas ellas, incluidas las trabajadoras, en mis hermanas mayores Juana y las Cristinas, ejemplo de profesionalidad y feminismo.
También pienso en mis compañeras de partido, pues aunque digan que la política no es un buen espacio para hacer amistades (y a veces razón no falta), de ahí han surgido amigas sin las cuales ya no podría concebir mi vida, pues nuestra relación se ha fortalecido en las circunstancias más adversas. Podría nombrar a varias, pero como se me va a olvidar alguna, pido que todas se sientan representadas en Eva, Esther y Begoña, la sal y la pimienta de cualquier encuentro.
Todas las mujeres tenemos una amiga del alma, que en mi caso es Piluca (hace poco la volví a abrazar y me supo a gloria). También tengo amigas con las que coincidí hace más de veinte años en los movimientos sociales y con las que he vivido momentos inolvidables (y los que nos quedan, queridas Sol y Margarita). Ellas son una más de la familia.
Qué decir de las amigas del pueblo, en mi caso Cifuentes. Conozco a Irene y a Inma desde que tengo uso de razón y como pasa en los municipios rurales, nos sabemos la vida de todas nuestras familias y antepasados. Nos lo dijimos hace poco: somos una parte muy importante de las vidas de las otras y eso es imperecedero.
Y ya para terminar, aunque probablemente se me haya pasado el nombre de alguna gran amiga a la que quisiera pedir disculpas, me gustaría poner la guinda a este pastel de la amistad y la sororidad refiriéndome a las primas. Desconozco cómo será en otros países (disculpen que no tenga un mayor cosmopolitismo), pero en el nuestro la relaciones entre primas suelen ser indescriptiblemente lindas. Tengo la suerte de tener muy buenas primas, tanto primeras como segundas, pero en este momento quisiera centrarme en Azucena y Raquel, mis hermanas-primas, con las que me he criado junto a mi hermano.
Nuestras vidas han tomado derroteros distintos desde esa infancia compartida con nuestros queridos abuelos, en la que los tíos eran casi como los padres y las casas de las primas una segunda residencia. Cada una tiene su modelo familiar, su profesión, su grupo de amigas, sus intereses… pero el amor sigue intacto, sin que haya habido un momento en el que estando juntas no nos digamos un “te quiero”. Si naciera mil veces, mil veces querría tenerlas como primas para disfrutar con ellas de los momentos bonitos y poder darles un beso en los más difíciles.
Primas, por distintas razones la vida os ha tratado con dureza, pero siempre estaremos juntas. Ojalá que cada una de nuestras lectoras haya reconocido en vuestros nombres a sus primas queridas, a sus compañeras inolvidables, a sus vecinas bondadosas, a sus amigas insustituibles, a sus sororas de lucha.
PD. Mucho más que el marido de Azu, has sido un primo genial. ¡Hasta siempre, Alberto! ¡Buen viaje, amigo!