La casa: directo a la vida

09/05/2024 - 17:55 J. P.

No me suele gustar el cine ‘para listos’. Osea, le reconozco el mérito cuando está bien hecho, pero creo que es complicado hacer algo realmente profundo e inteligente, sobre todo cuando la industria saca a la cartelera dos o tres propuestas semanales, más las que circulan por otros canales, producciones que “deberías ver” y luego... meh. Por eso La casa me ha impactado tanto, por su capacidad para darte un golpe en las emociones y, sobre todo, por su humildad. 

Otro, fácilmente habría armado una película de dos horas en torno al cómic de Paco Roca. Sin embargo, Montoya se conforma con 80 minutos de duración. Y quiero creer que lo ha hecho porque sabe que su material cumple perfectamente con la intención que tenía el director al rodar la película. Porque quizás, más metraje habría convertido la emoción en pastelón. Y no se trata de eso.

Tres hermanos y sus respectivas familias quedan un fin de semana en la casa de campo de sus padres.  La madre murió hace tiempo. El padre, en fechas recientes, tan recientes que su marcha solo está asumida en la superficie. El objetivo es adecentar la vivienda que construyeron entre todos para ponerla a la venta. Ninguno de ellos tenía excesivo interés por visitarla cuando los padres vivían, así que por qué iban a cuidarla ahora. El momento emocional de cada uno y los recuerdos harán acto de presencia durante esos breves días que compartirán en La Casa. 

Ya, a mí me pasó lo mismo. Leí la sinopsis y tuve la sensación de encontrarme ante el enésimo título que hablaba exactamente de lo mismo. ¿Y saben cuál es la maravilla? Que lo es. Sin embargo, lo hace con una sensibilidad y pretensiones distintas, con una capacidad casi sobre humana de reflejar momentos vitales por los que algunos ya han pasado y que otros temen vivir. 

No se trata de una película triste, pero sí evocadora, nostálgica, porque ser mayor está bien, haces lo que quieres y tal, pero una infancia al resguardo de tus padres, con tus hermanos, aunque ninguno fuera perfecto, aunque la felicidad no fuera total. Esa infancia tan común es un lugar al que a veces duele y gusta volver. Y nuestros padres... su madurez, la nuestra, cómo somos con ellos... Cachis, me voy a poner a llorar otra vez... y aún no sé por qué.