La cultura de la violencia machista


Los asesinatos machistas no son más que la punta de un iceberg que se asienta sobre una base hecha de machismo cotidiano, de baja intensidad, que la mayoría de las veces pasa desapercibido, pero cuando alguna mujer lo detecta suele ser tildada de exagerada.

Ayer, 25 de noviembre, conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, fecha designada por las Naciones Unidas para que gobiernos, instituciones públicas y privadas, organizaciones sin ánimo de lucro y, cómo no, sociedad civil eleven la conciencia pública sobre este problema y busquen soluciones integrales para resolverlo.

Lo que hoy denominamos violencia machista no es un fenómeno moderno, sino que hunde sus raíces en las propias estructuras sociales que se vienen conformando desde hace milenios; de ahí la dificultad para erradicarla, incluso para identificarla. A pesar de todo, en las últimas décadas la violencia sobre las mujeres ha dejado de ser un hecho invisibilizado y normalizado. Podemos tener la sensación de que hay más casos porque, sencillamente, ahora los vemos.

En mis investigaciones, revisando situaciones de violencia de género ocurridas en los tiempos en los que en España el movimiento feminista empezaba a dar sus primeros y tímidos pasos, encontré un horrible crimen machista cometido en 1899 en la localidad de Albendiego (provincia de Guadalajara para quienes nos lean de fuera). Entonces, una joven de veinte años, Juana Romero Redondo, fue violada y asesinada.

Los autores de este feminicidio eran dos hombres de veintidós y veintisiete años, carpintero y labrador respectivamente. El jurado dictó veredicto de culpabilidad y Saturnino Sanz y Rufino Sanz Núñez, vecinos de su víctima, fueron condenados a la pena de muerte, además de a diecisiete años, cuatro meses y un día de reclusión temporal y una indemnización de cinco mil pesetas, la cual debería entregarse a los padres de Juana.

La violación, de Francisco Goya (1819-1822). Fundación Goya.

Como vemos, a pesar de la extrema dureza de estas penas, la violencia hacia las mujeres no ha desaparecido ni se ha atenuado, lo que indica que su erradicación no se va a alcanzar con medidas únicamente penales. No estamos hablando solo de un delito puntual e individualizable, si no de que se este inserta en el machismo que permea nuestra sociedad y que se va configurando y transmitiendo a través de complejos procesos culturales. Es lo que académicamente se ha designado como patriarcado.

Así, los asesinatos machistas no son más que la punta de un iceberg que se asienta sobre una base hecha de machismo cotidiano, de baja intensidad, que la mayoría de las veces pasa desapercibido, pero que cuando alguna mujer lo detecta suele ser tildada de exagerada. Por ello, para acabar con el maltrato (sea físico, psicológico, económico, etc.), las agresiones sexuales, la trata de mujeres con fines de explotación sexual (que es la que suministra mercancía humana al sistema prostitucional) y todas las demás manifestaciones de la violencia machista, no es suficiente con aplicar penas contundentes y reparadoras para las víctimas, sino que se hace absolutamente imprescindible intervenir en el plano de la prevención, sensibilización y concienciación.

Conocer y actuar sobre las causas, implicaciones y consecuencias de la violencia sobre las mujeres, así como su relación directa con las desigualdades existentes por razón de sexo, no es adoctrinar como afirman peligrosamente algunos. Ya hemos visto que ni siquiera las condenas a muerte han sido disuasorias de lo que Pardo Bazán definió con acierto como mujericidios (véase nuestra Vindicación del 8 de octubre de 2021 sobre doña Emilia y la violencia contra las mujeres).

Volviendo a los asesinos de Albendiego, la sentencia a muerte desató un movimiento de aversión a la pena capital en toda la provincia que condujo a la revisión de la condena. Desde el alcalde de Atienza a sobresalientes intelectuales de Guadalajara −destacando una de nuestras referentes feministas más mentadas en esta columna, Isabel Muñoz Caravaca− se movilizaron para que no se levantara el cadalso.

No se trataba de minimizar el atroz delito, sino de la convicción de que un acto espantoso no se borraría con el arrebatamiento de la vida de otras personas, por muy deleznables que hubieran sido. Como dijo la gran Isabel Muñoz Caravaca «el crimen merece castigo; la sociedad ofendida, una reparación; pero no hay sanción penal, no hay reparación que valga como ejemplo». La coeducación y la educación en igualdad (en Castilla -La Mancha la Ley para una Sociedad Libre de Violencia de Género prevé el establecimiento de una asignatura para la igualdad que en su fase piloto ofreció un gran nivel de satisfacción entre la comunidad educativa) no son «ideología de género», sino la garantía para que las mujeres y los hombres puedan vivir en una sociedad más libre, justa y democrática.