La gran estafa

19/10/2019 - 11:37 Emilio Fernández Galiano

La chiquillada de allí ha sido adoctrinada bochornosamente. Creen en falso, sienten en falso, pero odian certeramente.

Escucho con perplejidad, por parte de muchos de los protagonistas de las maniobras independentistas de Cataluña, que, al no mediar violencia, es insostenible que “molt bona gent” esté encarcelada. O no conocen nuestro código penal, o no quieren saber nada de él o, definitivamente, están ciegos de independentismo. Se me ocurren muchos delitos tipificados en nuestro ordenamiento por los que terminas con tus huesos en la trena sin que medie en ellos violencia alguna –al menos, violencia física-. 

El primero más mano es el de la estafa, y el mejor por lo que quiero argumentar. Cuántos estafadores de guante blanco reposan sus posaderas en el catre de una fría celda. Y es que, a fuerza de apelar a la no violencia, no hacen más que diseccionar con precisión de laboratorio el resultado de su delito. Una gran estafa. 

El diccionario de la RAE y el Código Penal (art. 248), definen la estafa como delito consistente en provocar un perjuicio patrimonial a alguien mediante engaño y con ánimo de lucro. La gran estafa en nuestro caso genera un perjuicio moral, histórico y social. Unos pocos pretendieron vender una moto que sabían jamás iba a arrancar, porque en pleno siglo XXI y en nuestro entorno europeo nunca se aceptaría la segregación de una región de un Estado dentro de la Unión. Implicaría que la quimera tuviera nueva moneda, nuevas fronteras, nuevos aranceles. Y lindando con el país más centralista de Europa, Francia. Porque a menudo se nos olvida que el nuestro es el más descentralizado de nuestro entorno, incluyendo la federal y cantonal Suiza. Razón de más que todo sea un desatino. Y para Cataluña sería un viaje al subdesarrollo, al pie perdido, al ostracismo frente a la locomotora europea

Vendieron a unos cuantos incautos un jardín del Edén, una tierra prometida que no existe. Todo para generar una cortina de humo que cegara las miserias del mesías, el “honorable”. Y la estructura de corrupción más tejida de nuestra península. No hay mayor vileza que el que vende el elixir de la vida a un enfermo de cáncer terminal. Un elixir con el que han inoculado el odio a muchas generaciones, demasiadas ya. El resto de España no odia a Cataluña, puede estar hasta el moño de tanta movida y de tanta reivindicación, pero no es odio. La chiquillada de allí ha sido adoctrinada bochornosamente. Creen en falso, sienten en falso, pero odian certeramente. Es urgente recuperar las competencias de Educación y cerrar la tele del Goebbels catalán, la TV3. No es prohibir la libertad de información, ni de expresión, se trata de protegerla suprimiendo la propaganda doctrinaria. 

Con una sentencia del Supremo que se hubiera ajustado a la cosa juzgada en lugar de endulzarla por los deseos del Ejecutivo, se hubiera puesto punto final. Así pasó con el Plan Ibarretxe. Así pasó en la II República, de no haberse indultado a Companys tal vez, sólo tal vez,  no hubiera terminado siendo fusilado. Y si se hubiera aplicado la ley tras el golpe de Estado del 34, tal vez, sólo tal vez, no hubiera habido guerra civil. A veces las chapuzas a corto plazo condenan las consecuencias del largo plazo. Es lo que busca el gran estafador, la ganancia a corto.