La hoguera de las vanidades

01/07/2016 - 19:14 Emilio Fernández Galiano

El reguero ha vuelto a la senda del bipartidismo, aún dejándose algún caudal en algunas orillas.

En la famosa novela del escritor estadounidense Tom Wolfe, “La hoguera de las vanidades” (1987), se relata una anécdota divertida y a su vez significativa. Un ejecutivo de un despacho internacional debe coger una avioneta para desplazarse entre dos ciudades africanas. Entre los pasajeros coincide con un nutrido grupo de nativos pertenecientes a un poblado cercano que no ha montado nunca en avión. El vuelo es corto y al aterrizar el aeroplano hace un extraño y el piloto consigue pararlo tras realizar varios trompos y provocar un buen susto en el pasaje. En todos menos en el nutrido grupo de nativos, que al montar en avión la primera vez, piensan que ésa es la forma habitual de aterrizar, es decir, lo normal.
    A cuenta de la reciente eliminación de España de la Eurocopa, mi generación debe esforzarse en explicar a nuestros hijos que “eso” es lo normal, que lo anormal es ganar título tras título y ser los elegidos entre el resto de Europa e incluso el resto del mundo. Nosotros tardamos casi medio siglo desde que la “furia española”, así se llamaba entonces, besó el metal de los campeones en la Eurocopa de 1964. Las nuevas generaciones no tuvieron que esperar tanto, y se acostumbraron a que España ganara todo campeonato tras campeonato, siendo la mejor, esto es, lo normal.
    El esfuerzo ahora se centra en explicarles que lo que ocurre actualmente en España, en términos políticos, tampoco es lo normal. Estamos acostumbrándonos a convertir lo excepcional en habitual y eso dificulta considerablemente hacer valoraciones razonables. Hace días el ingeniero de caminos, escritor y periodista Antonio Papell, presentaba en sociedad su ensayo “Elogio de la Transición”, en el que reclama no ya su reconocimiento, si no su plena vigencia: “No es necesaria una segunda Transición”, apostilla. No sé si hace falta una segunda Transición, pero sí es imprescindible recobrar su espíritu y la actitud de sus políticos, muy distinta a la de los actuales. Si los primeros destacaron por su generosidad, los de hoy lo hacen por todo lo contrario, siendo la vanidad, la que tan bien reflejó en su obra Tom Wolf, su principal característica. Todos anteponen su persona a la de su partido y luego anteponen los intereses de su partido a los intereses de España. Bien, pues eso no es normal y así se lo debemos explicar a nuestros hijos para que no caigan en el desencanto cósmico.
    Con todo, “la segunda vuelta” de estas particulares elecciones generales, el reguero ha vuelto al sendero del bipartidismo, aún dejándose algún caudal en algunas orillas. Lo cierto es que las expectativas de los nuevos partidos se han quedado en eso, en expectativas, y el bipartidismo resiste pero padeciendo golpes severos. El resultado en Guadalajara es muy significativo, pues podría ser el mismo que el de hace tiempo, en donde los dos grandes partidos se han alternado sucesivamente. Y también se puede extrapolar al resto de España, salvo Cataluña y el País Vasco, comunidades tradicionalmente particulares como todos sabemos.
    Decía Belmonte que el que diga que no tiene miedo en la plaza o miente o está loco. El electorado ni está loco y si ha mentido ha sido a las empresas demoscópicas, vaya pinchazo. Y el miedo ha influido, no tengo la menor duda. Y ese temor lo ha sabido canalizar el PP, beneficiándose personalmente su líder. Los otros tres mosqueteros, Rivera, Sánchez e Iglesias salen muy tocados. Especialmente el socialista, que no encuentra suelo en una continua caída libre desde que es secretario general de su partido. Los cuatro se enrocan en su propia persona para soportar la sacudida, tal vez el presidente en funciones con la mayor de las razones, pero sin poder mostrarse exulto. De mantener todos la vanidad imprescindible para justificar sus respectivos liderazgos, nos podría llevar a unas terceras elecciones, digo bien. Aunque prefiero no creerlo.