La Navidad con mascarilla tiene su encanto


Esta Navidad es el banco de pruebas para ver si hemos aprendido de los errores pasados, y comprobar hasta que punto estamos dispuestos a cambiar de rumbo.

El mundo moderno, al menos el nuestro, había alcanzado la velocidad de crucero y parecía que nada ni nadie pudiera frenar su marcha, pero mira por dónde un desconocido e insignificante virus puso palos en el motor y fue tal el impacto que hubo miles de muertos y heridos con graves secuelas en el cuerpo y en el alma. La economía se vino abajo y la sociedad, las familias y las personas retrocedimos a tiempos atrás, cuando la supervivencia era objetivo prioritario. El coronavirus vino con el “año nuevo” y aquí sigue, un año después, haciendo de las suyas. Esta Navidad es el banco de pruebas para ver si hemos aprendido de los errores pasados, y comprobar hasta que punto estamos dispuestos a cambiar de rumbo porque ya hemos visto a donde nos ha conducido. 

Este año celebraremos la Navidad con mascarilla, con todo lo que eso que conlleva. Será una Navidad “diferente pero no imposible” (solo es imposible para las miles de personas que murieron). Los amantes de la nieve no podrán desplazarse a las estaciones de esquí, los jóvenes estarán en libertad condicionada, las celebraciones familiares quedarán reducidas a la mínima expresión, las juergas tendrán aforo limitado y los Reyes Magos han renunciado a venir con sus vistosas cabalgatas. Ciertamente, la Navidad será menos familiar que otros años, menos bullanguera y ¿también menos consumista? pero no por eso deja de ser Navidad, al menos para los cristianos.

Esta Navidad será “diferente pero más personalizada”, más intimista y más rica espiritualmente, porque podemos profundizar en la razón y la importancia de la venida a nuestro mundo de Jesús, el Hijo de Dios, que la parafernalia montada en torno a esta fiesta nos impedía ver y disfrutar de la Navidad en toda su pureza. La Navidad sin el nacimiento del Hijo de Dios (“el Hijo se Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”), con todo lo que significa, quedaría reducida a una celebración del solsticio de invierno.

Esta Navidad, sin compromisos familiares y sociales, será “diferente pero más solidaria” si abrimos los ojos y el corazón a las personas sin hogar, a los ancianos y enfermos, a quienes viven en soledad, a las familias que han perdido a sus seres queridos, a los que tienen que acudir a la caridad y solidaridad para poder comer y a los inmigrantes y refugiados que vienen huyendo del hambre y la persecución.

Esta Navidad será “diferente pero con un encanto especial”, porque nos llevará, sin tantos rodeos como en años anteriores, hasta el “portal de Belén” para ser testigos del extraordinario acontecimiento de ver al “Hijo de Dios hecho Niño” y escuchar el anuncio del ángel a los pastores: “Os traigo una buena noticia que será motivo de alegría para todos: hoy, en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Como señal, encontréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,11-12).

Esta Navidad será “diferente pero más auténtica”, porque al estar la casa medio vacía queda espacio para instalar el “belén viviente”. Esta Navidad, sin tanto ajetreo de comidas y cenas con el salón de casa lleno hasta la bandera, nos permitirá acompañar a la Sagrada Familia que la teníamos un poco descuidada y pedirle bendiciones para nuestra familia y para todo el mundo; agradecerle a Jesús que haya venido a “salvarnos” porque estamos con el agua al cuello e implorarle que levante la moral a la tropa y la esperanza al pueblo de Dios.

¡Feliz Navidad, con mascarilla!