La soledad

20/12/2019 - 13:45 Emilio Fernández Galiano

 Echo de menos más relación directa que virtual , más vínculo personal que internauta,  más amigos y menos contactos, más conocidos que seguidores.

Comentaba Pérez-Reverte que para él la soledad es un hábito porque desde bien joven se había expuesto a la muerte.  Galdós, en la novela El Abuelo, por medio de unos de sus personajes, el maestro Pío Coronado, exclamaba, dirigiéndose a Albrit, “a mi me va a hablar de soledad, señor conde, si voy por el tercer perro enterrado”.

Los hay que viven en soledad en medio de familias numerosas, trabajando en multinacionales o siendo ciudadanos de la gran urbe. Pero viven en soledad, que no es lo mismo que solos. Vivir en soledad  es hacerlo en compañía de ese silencio, de la continua reflexión o la bendita paz que a veces buscamos sin tener que recurrir a la del cementerio.

La nuevas tecnologías han convertido las relaciones sociales en códigos de barras de dudosa trazabilidad. Se conoce mejor el origen de una ternera que el de un “principito” que aparece en la red. Antes, el “amor” se buscaba en el trabajo, los bares o terrazas, o, para los más desesperados, en garitos de dudosa reputación. Ahora los valientes lo hacen contactando en internet sin saber quién está al otro lado del muro. 

Una de las últimas víctimas de la barbarie humana era una chica maja, atractiva.  Me preguntaba qué necesidad tenía de ir a la aventura cibernética cuando, a buen seguro, algún compañero podría beber sus vientos. Muchos ahora prefieren compartir por internet que alternar en una terraza, tal vez como huida de demasiados clichés que una sociedad de vértigo nos impone, tal vez preferir la sinceridad –y anonimato- de un teclado que la de una mirada a los ojos –indisimulable-, o tal vez por soledad, porque de los doscientos compañeros de trabajo, los cuarenta vecinos o los cientos de  miles de su ciudad con ninguno entabló la relación a la que aspiraba.

Porque las familias no son las de antes, ni los vecinos los de antes ni los barrios los de antes. O porque éste que escribe tampoco lo es. Pero echo de menos más relación directa que virtual, más vínculo personal que internauta, más amigos y menos contactos, más conocidos que seguidores. 

Mal retrato podremos realizar sin conocer personalmente al retratado; cómo mira, cómo sonríe o cómo no sonríe, que de todo hay, cómo habla y cómo gesticula. Lo demás son fríos iconos en cubitos de hielo encajados en un perfil. Como un inmóvil playmobil, que son todos iguales. 

Pero aquella tarde, cuando Marta contactó con su “principito”, nunca pensó que era la bestia,  nunca pensó que sería el final de sus días. Y de su soledad.