La vacuna que mece la mano

22/01/2021 - 13:01 Emilio Fernández Galiano

El esfuerzo y el trabajo a contrarreloj de la comunidad científica, envidiable, ha conseguido mediante la vacuna regalarnos un rayo de luz y esperanza.

En los grandes desastres, en las catástrofes, surge espontáneamente entre la población un natural sentido solidario. Emocionaba en la pasada gran nevada, que pasará a la historia con el desafortunado nombre de Filomena, porque aparenta caricaturizar el suceso, ver a muchos, muchos voluntarios, ayudar al personal del ayuntamiento y del ejército a quitar los grandes montones de nieve que al poco tiempo se helaron. Aquí los de siempre no se meten con las Fuerzas Armadas, qué espabilados. 

En la tragedia del Titanic, el comportamiento de la tripulación y gran parte del pasaje fue ejemplar, cediendo a mujeres y niños a ocupar los escasos botes salvavidas,  excepto los listos habituales, siempre hay “aprovechateguis”. Sobre aquél solidario y elegante comportamiento, cediendo la vida a las mujeres,  tampoco he oído nada a las de siempre, ni al movimiento “Me Too”, qué barbaridad, qué falta de igualdad. Todavía me acuerdo de mi adorada Catherine Deneuve cómo aguantó la ira de las “feminazis” por sólo defender el juego de la seducción. Afortunadamente, la mayoría de las mujeres son mucho más sensibles e inteligentes que unas pocas, pero ruidosas, intransigentes. Tanto igual en los hombres, que conste. Somos muchos más los buenos que los repugnantes maltratadores o pederastas.

Porque, al fin y al cabo, hablo de un sentimiento que no conoce ni de sexo, orientación, raza, religión, nacionalidad o estatus social. Y es el de la solidaridad. En esta maldita pandemia hemos perdido poder ejercer muchos de esos sentimientos; el abrazar, besarnos, vernos, visitarnos, compartir, celebrar, amar. O despedirnos. Cuántos seres queridos se nos han ido sin haber podido verles y despedirnos. 

El esfuerzo y trabajo a contrarreloj de la comunidad científica, envidiable, ha conseguido mediante la vacuna regalarnos un rayo de luz y de esperanza. Y sin querer, ha vuelto a despertar, también en los menos, la hoguera del egoísmo, de la picaresca, del yo el primero y el que venga detrás que arree. Es lamentable el comportamiento de algunos concejales y otras organizaciones anteponiéndose a colectivos más necesitados. El hecho en sí mismo es indignante, pero lo peor son las justificaciones o excusas, pretendiéndonos hacer pasar por idiotas. 

Espero que ante la necesidad de una población inmunizada, no se despierte la bestia del egoísmo, del narcisismo vital. Porque lo peor no es el pecado, es la ausencia de la virtud. No vaya a ser que nos pase como a Onán, que de quererse tanto a sí mismo, se casó con la viuda de su hermano y se negó a cohabitar con ella para no tener hijos. Y por la vacuna, nadie meció la cuna.