Lágrimas en la lluvia

30/04/2020 - 14:19 Emilio Fernández Galiano

Y me dio por hacer una comparación paralela  de los políticos y emprendedores de la Transición y los de Ahora. Mientras recapacitaba, no había siquiera indignación, fue reflexiva, tranquila, analítica, desapasionada. 

Me apoyé una vez más sobre el alféizar de mi ventana para aplaudir, otra vez, la valentía, dedicación y profesionalidad de cuantos están dando el tajo, los más cercanos al monstruo, los más próximos a la desolación de muertes solitarias. Los intensivistas hacen de familiares por su condición humana, por su vocación y entrega al cuidado de los enfermos. Ese día y en ese instante, pasadas las ocho de la tarde, cayó sobre Madrid un tormentón primaveral con una descarga de agua impresionante. Pilló en pleno aplauso, que se prolongó hasta que terminó el himno nacional,  que un vecino predispuesto lo hace sonar indefectiblemente todos los días. Es paradójico, ese vecino es argentino. 

Aquél día me acordé durante el aplauso de Enrique Múgica y de Landelino Lavilla, éste último buen amigo de mi padre a quien apadrinó en su ingreso en el Consejo de Estado. Con Enrique Múgica compartí tardes de toros en Las Ventas. Su abono estaba junto al del padre de otro buen amigo, Luis, hijo de Fernando de Asúa, prohombre de la empresa y parte de ese tejido que en aquella época dieron lo mejor para España. Y me dio por hacer una comparación paralela de los políticos y emprendedores de la Transición y los de ahora. Mientras recapacitaba, no había si quiera indignación, fue reflexiva, tranquila, analítica, desapasionada. 

Garantizo que esa generación llegó a la política para aportar lo mejor de ellos mismos, incluida su formación, dedicación profesional abnegada y, cómo no, su experiencia. Sin esperar nada a cambio y muchos de ellos perdiendo dinero. De tal forma, en el abanico del arco parlamentario la media de edad era bastante superior a la actual. Bastante superior era todo, he de confesar. Talento, experiencia y categoría. 

Ahora sólo veo jovencitos más preocupados por su imagen que por su dedicación, por sus novias que por su entrega, por su obsesión en ostentar que por su discreción. Cultivar la mente es más beneficioso que cultivar el cuerpo, por bien que esté que nos cuidemos y nos apliquemos la máxima de “men sana in corpore sano”. Pero a mí me sientan infinitamente mejor unos episodios de Galdós que una elíptica, unos versos de Miguel Hernández que una estática. Me dirán que no son excluyentes, y así es, pero un paseo junto a la ribera del Duero leyendo a Machado y, después, subir andando a la ermita de San Saturio, no lo cambio por ningún gimnasio. 

Y cuando termine este libro, del que espero me queden bastantes capítulos, podré mirar a los ojos a quien quiera con la carga en la espalda de haberles querido tanto y haberles transmitido tanto. Y alguna lágrima se me escapará.

Como aquél día, que aplaudiendo bajo el aguacero ni notaron si eran lágrimas o gotas de lluvia deslizándose por mis mejillas. 

 

PD.: Ya enviado este artículo, me llega como un latigazo frío e inopinado la triste noticia del fallecimiento repentino de Joaquín Fernández, reconocido como el mejor barman del mundo, prestigioso profesional y mejor persona. Su calidad humana tejió entre nosotros una entrañable amistad gracias a Edu Pérez (Restaurante El Doncel de Sigüenza), quien era para él como un hermano, y viceversa. Junto a su otro hermano, Kike, y la colaboración de Juan Echanove, elaboraron la mejor guía de cócteles, “Mezclados”. Brindo por el querido Joaquín y resbalan esas lágrimas hasta el vidrio de sus famosos gin tonics.