Las batallas de Dios


Aquí estoy conjeturando sobre esos ‘treynta o mes buenos de la villa de Ciffuentes’ que salieron en penitencia camino de Sigüenza. Quiénes serían, cómo se eligieron, cúal fue la despedida, de qué manera se celebraría su llegada...

Habíame imaginado a mí misma escribiendo este artículo en las placenteras tardes de agosto, cuasi abúlicas, cuando el ambiente de silencio y de sopor veraniego solo se ve interrumpido por el tictac de un viejo reloj en el salón de la casa del pueblo.De todo ello solo se ha cumplido una previsión, que es que estoy en Cifuentes. 

Por lo demás, me encuentro desde bien pronto por la mañana en el huerto que cultiva mi padre, disfrutando del frescor que la tormenta de esta noche ha dejado, distraída con los cantos del os pájaros y el rumor del río, mientras intentamos sortear la ola de calor que ya está llegando.

Pienso en las cifontinas y cifontinos de tiempos pretéritos. Las veces que transitarían por los mismos caminos que me han traído hasta aquí, las preocupaciones que llevarían consigo,la posición y roles que ocuparían las mujeres y las niñas… en fin, medito sobre cómo se ha ido conformando la idiosincrasia de un pueblo ─de este o de cualquier otro─ que aunque no siempre conozca su historia, ha de ser un reflejo inevitable de la misma.

Pues bien, con todos estos pensamientos me he acordado de un artículo del briocense Antonio Pareja Serrada publicado en 1918 en Flores y Abejas, tal vez porque justo ayer estuve comentado con mi tío Jesús mi Vindicación de comienzos de abril titulada «Un recadito para el rey», que versaba sobre doña Mayor Guillén, amante de Alfonso X el Sabio y señora de Cifuentes.

Según investigó Pareja Serrada, sucedió en Cifuentes «el siguiente episodio, rigurosamente histórico», como así lo confirman las fuentes que aporta. La infanta Doña Blanca de Portugal, nieta de los ya mencionados rey Sabio y doña Mayor, mandó reparar los adarves de la muralla para así garantizar una mejor seguridad de la villa.

Pero hete que el obispo de Sigüenza, de nombre Simón Girón de Cisneros, tenía adosado a dicha muralla un corral que no quería derribar pese a la insistencia del alcalde, Alvar Sánchez de Montuenga. La pugna en torno a esta cuestión adquirió tal enconamiento que acabó interviniendo el rey, quien dio la razón a las pretensiones de doña Blanca.

Grabado de Cifuentes realizado por Agustín Redondela.

Y aquí podríamos pensar que el obispo acataría, con enfado o sin él, la decisión del monarca. Sin embargo, «fulminó excomunión contra Montuenga», algo que entonces debía resultar bastante inquietante. Con todo, doña Blanca persistió en sus intenciones y mandó demoler el corral, hecho que generó una nueva reacción por parte de don Simón, el cual decidió enviar a Cifuentes a dos canónigos «para que conminasen a la Infanta a suspender el derribo bajo pena de excomunión late sentenciae».

La pareja de comisionados episcopales llegó a Cifuentes, donde vaya usted a saber qué paso y con qué amenazas quisieron amedrentara la población que esta «se amotinó contra ellos y a palos y pedradas les hizo salir de la villa persiguiéndolos más de media legua». 

Como seguramente hayan supuesto, el vengativo obispo Simón no se quedó quieto y excomulgó a toda la vecindad; bueno, a todo Cifuentes menos a la infanta, pues se ve que con las personas de alta alcurnia no se atrevía a ser tan severo. El lío estaba servido y nuevamente tuvo que intervenir el rey… y el papa. 

Finalmente, hubo fallo a favor de doña Blanca y las gentes de Cifuentes, pero para desagraviar al obispo y que este retirara la excomunión «se impuso una penitencia muy en uso en aquella época», consistente en que treinta hombres fueran andando a hacer enmienda a don Simón, saliendo de la villa en la vigilia de Santa María de agosto, es decir, en fechas comoestas, pero del siglo XIV.

Y aquí estoy, conjeturando sobre esos «treynta omes buenos de la villa de Ciffuentes» que salieron en penitencia camino de Sigüenza. Quiénes serían, cómo se eligieron, cuál fue la despedida, de qué manera se celebraría su llegada… El pueblo sigue siendo el mismo, aunque sus sucesores, costumbres y paisajes se hayan transformado.

En honor a la verdad, estas hazañas populares me gustan. Sí, me gusta que la gente se organice para defender el bien común frente al egoísmo. También me gusta que doña Blanca se pusiera de parte del alcalde y el pueblo frente a otros intereses más poderosos. 

He de decirles que me quedo con ganas de ahondar en la vida de esta dama benefactora de Cifuentes, como ya lo fuesen su abuela y su madre, doña Beatriz de Castilla. Mujer culta, promovió la traducción del hebreo al castellano del Libro de las batallas de Dios,el cual me he permitido parafrasear para dar título a este nuevo capítulo de nuestras Vindicaciones quincenales.

Anotada queda la deuda de dedicar un día a doña Blanca. Entretanto, protéjanse de la ola de calor y de la pandemia, que anda la cosa mal. Disfruten del verano.