Lecturas de Patrimonio: Los castillos de don Juan Manuel
Como hace ya 690 años que don Juan Manuel acabó de escribir su libro El Conde Lucanor en su castillo de Salmerón, los vecinos de este pueblo han querido evocar su figura y me han pedido que recuerde la forma en que intervino en guerras y trifulcas, a partir de los edificios que fuera construyendo.
Don Juan Manuel, un personaje típico de la Edad Media castellana, tuvo un movido recorrido político en los inicios del siglo catorce. Nació en el castillo de Escalona, de la que fue señor andando el tiempo. Su padre, Manuel de Castilla, era hermano del rey Alfonso X el Sabio. Muertos sus padres, él aún pequeño quedó al cuidado de Sancho IV de Castilla. Fue por herencia paterna señor de Villena, de Escalona y Peñafiel, y mayordomo mayor de Fernando IV. En 1330 recibió el título de Príncipe de Villena por merced de Alfonso IV de Aragón. En todo caso, fue don Juan (que no infante, porque no tuvo por padre a ningún rey de la época) un destacado personaje de la corte de Castilla, donde bajo el cetro de varios reyes pasó su vida entera, batallando, conspirando, animando y defendiéndose, leyendo y escribiendo, dando páginas a la historia.
Fue educado como un noble, y salió dicho en las artes de la equitación, la caza y la esgrima, pero además fue experto en el latín –escrito y hablado– en la disciplina de la historia humana, en Derecho y aún en Teología. Manejador hábil del lenguaje en castellano, escribió muchos libros y podemos darle como ejemplo y luz de la Literatura Castellana medieval. Juan Manuel… quien en su “Libro de los Estados” cuenta que no quería aparecer como un sabio, y en un arranque de humildad se declaraba lego en todo. Pero, en realidad, “era un sabio de conocimientos enciclopédicos, que dominaba el latín y el italiano”, a más del castellano, del que se considera luz incluso hoy mismo.
Los castillos de don Juan Manuel
En cierta ocasión escribí un estudio sobre la forma de gobierno de sus estados por parte de este personaje, que construyó lo que he llamado un «Estado itinerante», que en su parte meridional tuvo las características de espacio amplio y compacto, perfectamente dominado y abastecido por caminos, almacenes y ejércitos, pero que en su zona septentrional estaba formado solamente por puntos físicos concretos (generalmente villas vigiladas por castillos) sin control del espacio en torno, unidos por caminos expuestos al ataque del enemigo. Y así se ha podido calificar al Estado netamente feudal de don Juan Manuel como «itinerante», pues en buena porción del mismo solamente controlaba castillos y fortificaciones donde poder acogerse seguro.
Castillo de Cifuentes.
En ese estado itinerante, y en la zona que ahora es provincia de Guadalajara, poseyó los castillos que hubo en las localidades de Alcocer, Salmerón, Trillo, Cifuentes, Palazuelos y Galve. Todos ellos eran simples atalayas fortificadas, que le permitían resguardarse por una noche o varios días, y que estaban a una distancia entre sí, que era fácil alcanzar la siguiente en una buena cabalgada.
De esas atalayas o castilletes, quiero recordar aquí los de Alcocer (que estuvo donde ahora la iglesia parroquial, cuyos potentes muros de la torre son los primigenios del castillo), más Salmerón, donde al sureste del actual pueblo estuvo la fortaleza manuelina, donde sabemos que escribió, y aun acabó, su libro de El Conde Lucanor. Quien busque hoy estos castillos “juanmanuelinos” no va a encontrarlos. Porque se usaron, desde hace siglos, como basamentas de otros lugares. En el caso de Alcocer, para construir sobre él la iglesia parroquial: más concretamente su torre, que aprovechó los muros firmes de la pequeña fortaleza de este sujeto. Y en Salmerón, donde ahora se le evoca, tuvo castillo firme, más bien pequeño, y en alto. Donde hoy está el cementerio de la villa, tuvo Juan Manuel su casa, largamente usada, muy querida, donde escribió parte de su obra, y donde cerró el manuscrito de El conde Lucanor, el libro de ejemplos y cuentos hondos.
Castillo de Galve de Sorbe.
También cabe recordar que fue de su propiedad el castillo de Trillo, una atalaya sobre el río Tajo que controlaba un paso fácil y un breve puente. A su casa la decían “el Torrillo” y de ahí derivó el actual nombre del pueblo. Siempre fue Trillo, en tiempos de estrategias simples y cotidianas, lugar de referencia, conocido de todos. Allí el torrillo en alto oteaba el Tajo, y allí don Juan Manuel puso también su escudo de manueles y castillos.
En Cifuentes heredó atalaya sobre un cerro que transformó con los años en un fortísimo castillo, como hoy vemos, y que según documentos comenzó a construir en 1324, justo hace ahora siete siglos de ello. Precisamente hemos celebrado el 700 aniversario de esta fortaleza, que fue luego de los Silva y ahora espera, todavía su restauración y nuevo uso. Un gran libro editado por la Asociación de Hijos y Amigos de Cifuentes, y dirigido por Fernando Bermejo Batanero, nos muestra la enjundia del castillo, y hasta un estupendo artículo de Ignacio Ruiz Rodríguez con las referencias muy detalladas de este estado itinerante que aquí evoco.
También tuvo torreón en Palazuelos, junto a Sigüenza. Allí puso solamente una estructura escueta de defensa que un siglo después, ya mediado el XV, desarrollaría el marqués de Santillana dándole forma de castillo, y amurallando la villa entera.
Castillo de Salmerón.
También cerca ya de los pasos fáciles que comunican ambas mesetas castellanas, en Galve sobre el Sorbe, puso don Juan Manuel un torreón que más tarde los Zúñigas agrandarían en su torno en forma de gran castillo como hoy vemos: torres y matacanes, almenas y portones adovelados, para evocar cerca del azul de altura la memoria del escritor castellano.
De todo ello sacamos una conclusión clara: don Juan Manuel anduvo siempre en guerras y batallas, pero con un inteligente sistema de defensa, que era el tener siempre cerca de donde estuviera un torreón, atalaya o castillete donde poder refugiarse y mantener su política beligerante disminuyendo el peligro. Esta conclusión, en sí misma escueta y fácil de asimilar, es lo que he querido traer en esta hora en la que se evoca al magnate toledano, y a su obra más singular, El Conde Lucanor acabada de escribir en su castillo atalaya de Salmerón.