Los músicos del Titanic

30/10/2023 - 11:47 Emilio Fernández Galiano

Dice el capitán que sigamos tocando; total, nadie nos va a escuchar”. Uno de sus colegas apuntaba: “Es igual, nunca lo hacen”. “Venga, música alegre: Baile Nupcial.

La foto original que aquí se plasma, me recuerda a la que tienen los hermanos Sánchez en su restaurante de Sigüenza, esa sí que era una banda de música. A veces me siento como uno de los músicos del Titanic. Mientras el mundo se acababa, ellos seguían tocando para evitar el pánico entre los pasajeros ya, de por sí, desesperados. “Dice el capitán que sigamos tocando; total, nadie nos va a escuchar”. Unos de sus colegas, apuntaba: “Es igual, nunca lo hacen”. “Venga, música alegre: Baile Nupcial”.

Mientras dos guerras amenazan la estabilidad de los países más avanzados, aquí seguimos hablando de los animalistas cuando cinco perros devoran a una paseante, en el parlamento se hablan sin entenderse y pretenden colárnosla con una hipotética amnistía para buscar el perdón que en el contribuyente se torna en castigo. La cesta de la compra sube como la espuma y ahora nos mandan cómo viajar a los que no disponemos de Falcon. La miseria se apropia de las costas canarias en un turismo abatido por las mafias de la trata de negros. La clase media, aquella que forjó lo mejor de nuestra España, es cada vez menos media y uno ya ni se atreve detallar los ojos de una mujer, su mirada, no vayan a corrernos a gorrazos y terminemos templando con nuestras nalgas el gélido poyete de la de-ge-ese, como escribiría el gran Pedro Rodríguez. 

Los músicos del Titanic.

Ya no hay papel de periódico ni para chufas y el cuché se atiborra de concursantes desconocidos o fortunas conocidas, las que quedan, que todavía quedan. Los telediarios son fábricas de opinión y desinformación y las plasmas han terminado por servir de plataformas deportivas y alguna que otra serie o película. Y el You Tube, que aconsejo sin matices, pues prefiero ver documentales que reiterados concursos culinarios en los que los que participan son cómicos, no cocineros. Cuánto se echa de menos a Elena Santonja, pionera, o al mismo Arguiñano, reubicado en la hora del aperitivo. 

     Los padres de la patria van a estar más de tres meses sin hincarla, casi medio año, y en el hemiciclo sólo se oyen los ecos del pasado, incluidos los disparos de Tejero o los cascos del caballo de Pavía, que nunca los pisó. Mientras tanto, se pierde un templo con una acústica en la que prefiero escuchar a los músicos del Titanic que gangas huecas en diferentes idiomas.

      De vez en cuando, una vengala ilumina la glacial noche con los premios Princesa de Asturias, algo decente para esta Nación que llegó a ser ejemplar y hoy se ha convertido en chabacana a lomos de hienas carroñeras. Nos ha tardado entenderlo cinco siglos, de cuando lo que se escribía, pintaba o interpretaba nos hacía abrir la boca. De asombro. Porque ahora sólo se habla sin escuchar y por eso cada vez hablo y escribo menos en el camino de lo inútil. Total, nadie me va a escuchar. Es igual, nunca lo hacen. Y el Titanic hundiéndose.