Mi vecina de papel
Marta Velasco es capaz de entretenerte y hasta emocionarte sólo describiendo cómo ve llover tras la ventana. O recordando el recibidor de su antigua casa del barrio ilustrado de San Roque”.
Hace años, Dios mío, cómo corre el tiempo, escribí en este mismo rincón un artículo sobre el pintor David Hockney, con la intención de “desengrasarnos” de tanta política ahora que acaba el año. El Arte es un buen refugio para sacudirnos de las inclemencias de la vida, ya sea con la música, visitando un museo o leyendo un buen libro. Escogí al pintor británico porque hacía días había acudido a una exposición suya en el Gugennhaim de Bilbao. Muchos pintores anglosajones, en este caso británico, como otros que me encandilan, como los norteamericanos Hopper o Norman Rockwell, tienen la habilidad de captar, cada uno en su estilo, la magia de lo cotidiano. Lejos de regias puestas en escena o épicas composiciones, se ponen a pintar a una pareja trasnochando en la barra de un bar, a unos cuantos peluqueros tocando música en la trastienda tras la dura jornada, o una pareja ya madura tranquilamente sentados esperando a la hija la madre y leyendo el periódico el padre. Como ahora todos tenemos Google a mano, busquen “Nighthawks” (Trasnochadores), de Edward Hopper, “Barber” (Barbería), de Norman Rockwell o “My parents” (Mis padres), de David Hockney, y comprenderán a qué me refiero.
Las circunstancias de la vida, esas que pasan de forma natural, han propiciado que en esta casa tenga una vecina de papel que capta y relata lo cotidiano como los pintores a los que antes aludía lo reflejan en sus lienzos. Marta Velasco Bernal es capaz de entretenerte y hasta emocionarte sólo describiendo cómo ve llover tras la ventana. O recordando el recibidor de su antigua casa del barrio ilustrado de San Roque. Las baldosas hablan, las lámparas de techo bailan vestidas para la ocasión y las barandillas de madera son como las partituras de la música que nace del viejo gramófono. Y resulta que el recibidor se convierte en una gran gala como las de antes. Y me gusta, me place. La descubrí en su día leyendo su novela “La memoria de los olmos”, en la que la protagonista pasea por los caminos de sus recuerdos fundiendo tiempos e improvisando ucronías. Marta, además de vecina, es amiga, como lo fueron nuestros padres, pero no piensen que por ello vierto cualquier favoritismo, es que en sus relatos encuentro la placidez de la lectura.
También es hermana de María Antonia Velasco, otra erudita literaria que compite con su pareja, el maestro de los maestros, Paco Marquina, que nos regala cada viernes su reflexión serena e inteligente de lo que pasa o deja de pasar. Pero sobre todo es poeta, uno de los grandes en nuestro panorama nacional. Como además de familia son amigos, les pasa como a la hierbabuena, entre ellos se multiplica el talento.
Para colmo, mi vecina de papel no sólo te da azúcar cuando la necesitas, es que igualmente es amable. No polemiza, y huye con la prudencia del sabio de polémicas innecesarias. No tengo la menor duda de que si ejerciera la crítica social o política –a veces, coquetea- lo bordaría, porque presumo que, como buena observadora, sabría ensalzar lo noble y despreciar lo despreciable.
A través de los ojos de “El Gato en la ventana”, así se llama su columna, veo el costumbrismo agradable de los noventayochistas, y como un guante corregido le queda el recurrente “Mi infancia son recuerdos de un patio de… Sigüenza”. Ya estoy esperando tu siguiente recuerdo, querida Marta, con una copa de vino junto a la chimenea mientras del viejo gramófono salen villancicos, ahora que estamos en Navidad. ¡Y feliz Año Nuevo!