Nuestra editora del Quijote


Hoy vindicamos a Manuela Contera Mañas, que en el año 1785, tras el óbito de su marido, toma las riendas de la célebre imprenta de Ibarra regentándola hasta su muerte. Hoy puede parecernos poco importante, pero no era corriente que las mujeres accediesen al trabajo profesional en pleno siglo XVIII.

Voy al grano: la primera mujer que se encargó de editar el Quijote era alcarreña, para más señas de Torija. Nadie duda de que el hidalgo manchego es un símbolo universal y, tal vez con más razón, también de nuestra comunidad autónoma, y aunque sepamos que hay quienes sospechan que la reivindicación de don Alonso Quijano en Guadalajara es un intento de «mancheguización» de la provincia, lo cierto es que la vinculación de esta con la obra cervantina −y con el propio Cervantes− es incluso más interesante que la señalética de la A-2.

Hoy vindicamos a Manuela Contera Mañas, que en 1785, tras el óbito de su marido, toma las riendas de la célebre imprenta de Ibarra regentándola hasta su muerte. Desde la perspectiva de hoy, esto puede parecernos algo de poca importancia, pero realmente la tuvo, pues no era corriente que las mujeres accedieran al trabajo profesional en pleno siglo XVIII. Además, la imprenta que hereda Manuela no era una cualquiera, sino la más afamada de la época, con quince prensas, una plantilla de una centena trabajadores y otros oficios auxiliares que dependían de ella, por no hablar de las relaciones comerciales con autores, proveedores, etc.

De la imprenta de Manuela Contera, que nunca firmó con su nombre sino como Viuda de Ibarra, sale en 1797 El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha por encargo de la Real Academia, que mandó se imprimiera en seis volúmenes para facilitar su distribución y, seguramente, porque así resultaba más barato. Durante los veinte años que Manuela estuvo al frente del taller se publicaron más de trescientas cincuenta obras, tratando de mantener la calidad por la que había sido tan reconocido su difunto marido. Consiguió conservar el título de imprenta de la Real Academia de la Lengua, del Ayuntamiento de Madrid y del Consejo de Indias; asimismo, fue una de las pocas viudas aceptada por la Compañía de Impresores y Libreros del Reino.

 Fuente: Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha

Joaquín Ibarra era uno de los impresores españoles más reconocidos dentro y fuera de las fronteras del país. Sus señas eran la calidad y la innovación, ya que introdujo adelantos en el papel, la tinta y la maquinaria para no dejar huellas de la prensa, atreviéndose también con novedades tipográficas. La imprenta en la villa de Madrid alcanzó su apogeo en la segunda mitad del XVIII, bajo el reinado de Carlos III, quien nombró a Ibarra impresor de Cámara. Por cierto, parece ser que uno de los secretos mejor guardados fue la fórmula de la tinta que usaba, para cuya producción instaló un pequeño laboratorio; no obstante, tuvo el detalle de no llevarse dicho secreto a la tumba, transmitiendo su ingenio a los trabajadores más avezados de su querida imprenta.

     En 1756, Manuela y Joaquín contraen matrimonio en Madrid, adonde en algún momento que desconocemos la mujer se traslada desde Torija, lugar en el que nació en 1722. En algunas biografías se apunta a que pudieron conocerse a través de una hermana de la torijana llamada María, la cual estaba casada con un amigo de Ibarra. Sin embargo, permítanme que deje volar mi imaginación para pensar que por qué no se encontraran gracias a otro impresor de los grandes −al tiempo que anfitrión de una envidiable tertulia que congregaba a algunas de las mentes ilustradas más significativas del momento−, Antonio de Sancha, también de Torija y con quien Ibarra colaboró en algunas ediciones. 

La vida de Manuela Contera no tuvo que ser fácil, pues tan solo le sobrevivió su hija pequeña, Manuela Justa, de manera que hubo de sufrir la muerte de sus cinco vástagos anteriores, más la de la hija que Joaquín Ibarra tuvo de un matrimonio anterior. 

Como era habitual en las mujeres de su época, las cuales tenían muy limitadas las posibilidades educativas, la instrucción de Manuela debía ser bastante reducida. No obstante, su inteligencia y cualidades para la gestión del negocio familiar eran tan indiscutibles que el marido manifestó expresamente en su testamento que fuese su esposa la que dirigiera la empresa. Al morir Contera, la que fuera tan gloriosa imprenta entra en un proceso de decadencia que acaba con su desaparición definitiva en 1836, sellada con la venta pública de los bienes de la misma.

Manuela Contera Mañas no solo fue lo hoy llamaríamos una emprendedora hasta su muerte con ochenta y tres años (una edad longeva tratándose de los inicios del siglo XIX), sino que se le puede atribuir, con mucho orgullo de paisanaje, el ser la primera mujer que editó la mejor novela del mundo. Por todo lo expuesto, propongo a quien corresponda que al año que viene, con motivo del tercer centenario de su nacimiento, alguien se acuerde de esta meritoria mujer y su obra. Desde luego no podrá decirse que la sugerencia no se ha hecho con tiempo.