Nuestras mayas urbanas

14/05/2022 - 14:44 José Antonio Alonso/Etnólogo

Cuando hablamos de mayas, en el lenguaje tradicional de nuestra tierra, podemos referirnos a varios significados: maya es, o era, la moza o niña que se empareja, o emparejaba con el mayo, en algunas localidades. 

Llevamos un par de días hablando de “mayos”  y hoy nos toca hablar de “mayas”, que también la expresión, en femenino, tiene su cabida en nuestro folklore. 

Cuando hablamos de mayas, en el lenguaje tradicional de nuestra tierra, podemos referirnos a varios significados: maya es, o era, la moza o niña que se empareja, o emparejaba con el mayo, en algunas localidades; con el mismo nombre se conoce también, en algunos lugares de la Alcarria, el árbol que se planta en la plaza, aunque lo habitual es que ese árbol reciba el nombre de mayo. Pero hoy hablaremos de una tercera acepción que es la que reciben, en la ciudad de Guadalajara y algunos pueblos de los alrededores, las niñas que se visten “galanamente” y se entronizan en los altares que la vecindad dispone y  para las que sus colaboradores piden algún tipo de dinero “un cinquito pa la maya”, en el caso de Guadalajara, con el que después se suele hacer algún tipo de merienda o se sufragan los gastos de la fiesta.

Maya de Iriépal. 1989. Foto: José Antonio Alonso. Archivo: Escuela de Folklore de la Diputación de Guadalajara.

En términos generales, estas fiestas de mayo hunden sus raíces en el mundo antiguo y clásico. En la antigüedad  griega, “Maia” era la hermana mayor de las Pléyades y madre de Hermes. En la mitología romana era la diosa de la primavera y a esa antigua creencia le debemos el nombre del mes de mayo. También parece que estas fiestas tienen su relación con las celtas de “Beltaine” y del dios “Belenos”. De cualquier manera nos encontramos ante unas fiestas y cultos cuyos antecedentes tienen miles de años de antigüedad, lo que les da un enorme valor patrimonial. La costumbre de las mayas está extendida por toda la Península Ibérica y fuera de ella. Son muy conocidas las de la provincia de Madrid. Las de Colmenar Viejo están declaradas “Fiestas de Interés Turístico”, a nivel regional. En la propia villa de Madrid, hace tiempo que se recuperaron, gracias al trabajo de colectivos como el de la “Asociación Cultural Arrabel”.

Los datos que yo conozco, en la provincia de Guadalajara, pertenecen sobre todo a la propia ciudad de Guadalajara y a algunas localidades de sus alrededores. En 1989, José Fernando Benito publicó “Las “mayas” en Guadalajara” (C.E.GU, nº 9). Según el investigador valverdeño, en los años cuarenta, esta costumbre estaba generalizada en la ciudad, llegándose a poner unos cincuenta altares de maya y afectando a todo el casco urbano y a gentes y barrios de diversa extracción y condición económica. Esos datos nos dan idea de la importancia y arraigo que esta fiesta y rito tuvo en nuestra ciudad. Dice Benito en su estudio: “Generalmente las “mayas” eran elegidas de entre las niñas más bonitas de 8 a 10 años de un barrio o sector de este por las vecinas. Las jóvenes eran las encargadas de la preparación, aportando las madres los necesarios elementos. No obstante, algunas familias acomodadas montaban su propio altar vistiendo a su hija de “maya”. Así,  hemos recogido testimonios que hablaban de “mayas”  de ricos y “mayas” de pobres en el barrio de San Antonio”.

Algunos detalles del rito, en los que entra dicho autor, son bastante curiosos, como por ejemplo la previa colecta de dinero, entre las amigas del barrio, para comprar, “a escote”, pitiminí y rosas en el Depósito de las Aguas, flores éstas imprescindibles en el rito, o el cepillado de ropa y zapatos, para estimular la generosidad de los transeúntes, en el barrio de Budierca. En la calle del Amparo, una fuente servía de frontera acordada para la delimitación de la zona petitoria entre las mayas del nº. 14 y del nº. 27. Según comenta “Josefer”, en los años 60, debido a los cambios en la estructura social de la ciudad, a la construcción de bloques de pisos y otras cuestiones similares, la costumbre estaba desaparecida.

Maya del barrio de Defensores-Adoratrices, 2005. Foto: José Antonio Alonso. Archivo: Centro de Cultura Tradicional. Diputación de Guadalajara.

Otro autor -Paulino Aparicio-  evoca esa costumbre en su libro “Cerro Pimiento. Memoria de un vacío”, barrio que, como los demás, también tenía su maya que se ponía en la casa de María La Jovita. Ese libro tiene el doble valor de ser una crónica del folklore urbano de Guadalajara y el de hacerlo con la enorme sensibilidad que el poeta horchano pone en todo lo que mira, toca y describe: “Los niños del barrio navegaban con un platillo por las calles, tiraban de la cuerda de los pestillos; reclamaban, perseguían, a veces se ponían pesaditos...Las monedas al caer, iban sumando el triunfo de la tarde, como un pequeño aire de fiesta.”.

También algunos pueblos de los alrededores de Guadalajara mantuvieron esa costumbre. Iriépal tuvo sus mayas, al menos hasta el año 1989, en que yo asistí a la fiesta. Al año siguiente dejé constancia  del rito (Actas II Encuentro Historiadores del Valle del Henares). Lo que yo vi entonces era muy similar a lo descrito en Guadalajara, pero  tenía algún rasgo diferente. En Iriépal, la niña maya iba sentada en un sillón de mimbre, vestida de blanco, con su corona de pitiminí y era transportada por las mujeres por las calles de la localidad, al tiempo que se pedía “ un cuartito a la maya/ que se desmaya”. Al igual que ocurría en Budierca, una mujer de la comitiva llevaba un cepillo para limpiar la indumentaria de los posibles donantes. La maya llevaba una bandeja o cesta, con pétalos de pitiminí para arrojar a los viandantes, pues existía la creencia de que esa planta tenía la cualidad de alejar las rencillas entre familias, los enfados y el mal genio.

Maya. Guadalajara. Foto José Antonio Alonso.

De Lupiana también obtuve noticias del ritual, que debió celebrarse, hasta 1976, más o menos.

La costumbre en Guadalajara-ciudad se está recuperando, tímidamente, desde hace algunos años. En el barrio de Defensores-Adoratrices visité un altar de maya, en el año 2005. La fiesta se venía celebrando, consecutivamente, desde el año 2002. La de 2005 iba vestida con el traje típico alcarreño y estaba sentada en un muy elaborado altar, lleno de flores, ramas, alfombras y macetas, como se puede observar en el testimonio gráfico que acompaña a estas líneas. También incluimos una imagen de otro de los altares que se están volviendo a levantar, últimamente, en algún otro barrio de la ciudad (antigua carretera de Zaragoza, La Concordia). En cualquiera de los casos se trata de vecinos que están intentando recuperar esta costumbre en la capital, conscientes, seguramente, del enorme valor patrimonial que esta tradición supone para la identidad cultural de nuestra ciudad.