Las 'doce palabritas': Canto y rito
Esta conocida retahíla se canta en nuestra tierra como villancico, pero también se usó, antiguamente, como rito de paso funerario para 'ayudar a bien morir'.
En el ciclo anual tradicional, el cancionero se iba desgranando a medida que caían las hojas del calendario: rondas de tambor por San Antón, cantares femeninos de Cuaresma, mayos y rondas festivas… Cantar algunas canciones fuera de su tiempo era considerado como tabú. Esto ocurría, por ejemplo, con los villancicos; se decía que traía mala suerte interpretarlos fuera del tiempo de Navidad. A partir de la fiesta de La Inmaculada, en Guadalajara, capital, y en otras localidades, se bajaban las zambombas de los armarios y se empezaban a ensayar los villancicos. Las “doce palabritas dichas y retorneadas” era un tema que no solía faltar en el repertorio navideño capitalino, especialmente interpretadas en el ámbito familiar; se trata de una canción seriada o de enumeración, muy popular también en muchos de nuestros pueblos. Nuestras gentes han gustado mucho de ese tipo de canciones de enumeración: los diez mandamientos, los sacramentos, etc.
Como se pueden imaginar los lectores, se trata de una canción o recitado en la que las protagonistas son doce palabras mágicas, diría yo, que se van enumerando, primero en sentido ascendente y luego descendente, con una melodía o sonsonete bastante monótonos. Desde nuestro actual entorno cultural resulta complicado entender el porqué de ésta y otras cantinelas, por eso es necesario explicar los contextos y el sentido profundo de algunas canciones. En primer lugar hay que pensar que para nuestros antepasados algunos temas no se cantaban por el mero hecho de disfrutar cantándolos, por su bella melodía, sino que tenían otros fines –didácticos, prácticos, rituales, etc. Eso no quiere decir que no haya algunas melodías de gran belleza musical, pero no parece que fuera, en algunos casos de melodías simples y monótonas, el fin principal.
Ronda de Sigüenza, que suele interpretar las doce palabritas, en Cantalojas. Foto: José Antonio Alonso.
La tarea de investigación te lleva a veces por caminos insospechados. Los arqueólogos se encuentran con tesoros y piezas enigmáticas; un marchante de arte descubre, de pronto, un cuadro de una famosa autoría…En el mundo del patrimonio inmaterial, también la actividad cotidiana nos sorprende con algún hallazgo que nos estremece. Les cuento…
Yo conocía esa canción como villancico, pero un día, - no sé cómo surgió el tema-, comentando con mi madre, me habló del uso de esta cantinela en Robledo, nuestro pueblo, y, más concretamente en nuestra familia, como retahíla para “ayudar a bien morir”. Resulta que una de mis bisabuelas hacía funciones de sanadora, colocaba huesos, atendía los partos y atendía a los enfermos graves en sus últimos momentos, mediante el recitado de estas “palabritas”.
Una imagen de la muerte. Catafalco. Iglesia de la Sma Trinidad. Atienza. Foto: José Antonio Alonso.
Se creía que la salvación del alma del moribundo dependía, en alguna medida, de que el recitado de ese conjuro se hiciera, en sentido ascendente y descendente, sin equivocarse. A veces era un familiar del enfermo el que hacía el recitado, pues la práctica debió estar bastante extendida. El que recita entabla un diálogo con el diablo, que se supone que está intentando llevarse el alma del difunto en esa hora decisiva:
DIABLO: De las doce palabritas dichas y retornadas, amigo mío, dime la una.
FAMILIAR: Amigo mío, no, pero te la diré: que la una fue la Virgen pura, que parió en Belén, y quedó pura para siempre jamás, amén.
DIABLO: De las doce palabritas dichas y retornadas, amigo mío, dime las dos.
FAMILIAR: Amigo mío no, pero te la diré: las dos, las dos tabletas de Moisés, donde mi Jesucristo puso los pies para subir a la casa santa de Jesusalén; que la una fue la Virgen pura que parió en Belén y quedó pura para siempre jamás amén.
DIABLO: De las doce palabritas dichas y retornadas, amigo mío, dime las tres.
FAMILIAR: Amigo mío no, pero te las diré: las tres, las tres marías, las dos tabletas de Moisés, donde mi Jesucristo puso los pies para subir a la casa santa de Jesusalén; que la una fue la Virgen pura que parió en Belén y quedó pura para siempre jamás amén.
De este modo se van recitando las 12 palabritas. Es decir, habla el diablo, para que diga una nueva palabrita y el familiar, después de decirle que no es su amigo, va recitando la que el diablo le manda y vuelve a repetir todas las que ya dijo anteriormente.
El resto de las palabritas, en esta versión, son: los cuatro evangelistas, las cinco llagas, las seis candelarias, los siete coros, los ocho gozos, los nueve meses, los diez mandamientos, las once mil vírgenes y los doce apóstoles.
Al final, termina diciendo el alma (el familiar) al diablo: -¡Reviente ladrón, que las doce palabritas, dichas y retornadas son!
El puente como símbolo del rito de paso. Foto: José Antonio Alonso.
Luego, me encontré con que ese hallazgo ya había sido documentado, en otros lugares, con sentidos similares –sanadores y contra los malos espíritus- (LUIS DÍAZ VIANA, 1980, Revista de Folklore nº. 0, 2-7, apud CONSTANTINO CABAL, 1972, “la mitología asturiana”, 564, 565), en Castilla y Portugal. También en Asturias está documentada una práctica similar: Suele ser este conjuro el de las palabras retorneadas con las que la amenazada va replicando a las preguntas de Satán. Y así, es harto conocido este uso de aquella fórmula en las cuatro esquinas de la Península siempre que el alma se enfrenta con alguna situación delicada, y aún en la más sutil de todas, el tránsito de la muerte. En Asturias es AURELIO DE LLANO quien levanta acta notarial de esta convicción: Existe la creencia de que es necesario saber las doce palabras retorneadas, porque cuando muere una persona su alma tiene que pasar un puente sobre el cual está el diablo esperando el paso de las almas. (FRAILE GIL, 2001, Revista de Folklore, nº. 244, 142, apud A. DE LLANO, 1983. “Del folklore asturiano…”, 103).
En este caso, como en el de mi localidad serrana, estaríamos hablando de todo un “rito de paso” funerario, del que dejamos constancia en La muerte en la tradición de Guadalajara (C. E. Gu., nº. 47, 48, 2016) y en Robledo de Memoria (2021, 121-123).