El folklore que viene

05/04/2025 - 13:53 José Antonio Alonso/Etnólogo

En los umbrales del segundo cuarto del siglo XXI, es tiempo de balances y de expectativas para el mundo de la cultura tradicional.

Pues no, ya digo por anticipado que no es mi intención ejercer de profeta, ni aventurar cómo va a ser el folklore en el futuro, entre otras cosas porque, como ya se ha dicho, la cultura tradicional no es algo estático, sino que se adapta a las circunstancias de cada momento, lugar y situación, y se empapa de lo que le rodea, e influye, a su vez, en los ámbitos donde crece y se desarrolla. Tal vez por eso continúa viva y, seguramente con cuerda para rato.

Además, por mucho que uno se empeñe y, créanme, también en este mundillo hay mucha militancia, los caminos de la tradición son imprevisibles y están llenos de sorpresas, de manera que, como viene sucediendo, y más en estos tiempos de cambios vertiginosos, puede pasar de todo o de casi todo.

Dicho esto, pido al lector que tome lo que sigue en adelante con la relatividad correspondiente. Pero, a estas alturas del s. XXI, pasado ya, prácticamente, su primer cuarto, puede ser buen momento para repasar el estado de nuestro patrimonio etnográfico y hacer un bosquejo de lo que puede suceder en adelante, a riesgo, seguramente, de equivocarnos en esa aventura  de futuribles.

Botargas de Robledillo-infantil y de casados-. Foto: José Antonio Alonso.

Antes de nada: en esto del folklore, como en otras muchas cuestiones, hay, evidentemente, sus escuelas y sus tendencias, desde las más “puristas” y conservadoras, que piensan que esta cultura es más bien cosa del pasado y que hay que apurarse para rescatar y “salvar” sus últimos hallazgos, hasta los partidarios de hacer de la tradición una base de la que partir para que sea útil y asimilable en los tiempos actuales. Entre lo uno y lo otro: matices y muchas otras formas y métodos de trabajo; pero no pretendo yo entrar en este jardín de múltiples florestas, así es que ahí dejamos ese melón sin abrir, para otra ocasión que venga al caso.

A la búsqueda del tesoro

Una cosa parece más o menos cierta: en el siglo pasado y en lo que va de éste, se hicieron muchos esfuerzos por documentar variados aspectos del folklore, para “ponerlos en valor”, que se decía en determinados momentos; existía, en algunos sectores de la sociedad, la sensación de que algo valioso se estaba “perdiendo” y que era necesario recuperar del olvido toda esa cultura que se encontraba en  “riesgo de desaparición”. Así es que muchos volvimos la vista a las personas mayores y, cuestionario en mano,  nos lanzamos a la “búsqueda del tesoro”, en nuestro caso, por los pueblos de esta provincia, ya medio despoblada, y por los barrios populares de nuestras ciudades. En esta tarea se implicaron personas, asociaciones e  instituciones; se crearon grupos, escuelas, archivos; se publicaron libros, discos, revistas;  se montaron exposiciones y museos; se “recuperaron” fiestas, piezas, instrumentos…; se desempolvaron los viejos arcones de las cámaras, donde dormían el sueño de los años las viejas indumentarias y las fotos de los antepasados, en sepia o en blanco y negro.

Nuevas formas de transmisión oral. Los 'cuentacuentos'. Foto: José Antonio Alonso.

El futuro que viene

Claro que todavía queda tarea por hacer…; pero aquellas generaciones que nos contaban sus historias van desapareciendo lentamente, y la cuestión, ahora,  es  qué va a pasar en adelante y si todo ese legado  va a ser útil para las nuevas generaciones y cómo gestionarlo; porque hace ya tiempo que los pastores dejaron de tallar colodras a punta de navaja y construir flautas de caña para entretenerse en sus ratos libres. Cada cultura tiene sus coordenadas y hay muchas costumbres que no volverán  y, si vuelven,  lo harán ya con otra perspectiva. Nuestro tiempo es otro, ya, y, como siempre ha ocurrido, la sociedad  elegirá, más o menos conscientemente, los aspectos que le interesen y hará su propia lectura de la historia y del patrimonio.

Mientras tanto, partimos de algunas premisas que condicionarán, en mayor o menor medida, lo que vaya pasando: una de ellas es la mayor valoración de la cultura tradicional en nuestra sociedad, tanto en sus aspectos materiales –edificios, piezas…-, como inmateriales –tradición oral, técnicas, etc.-; todas esas manifestaciones están, al menos teóricamente, ya valoradas y protegidas al mismo nivel que otras de carácter artístico, documental, etc., con el tratamiento diferencial que sus características necesitan. En el caso del patrimonio inmaterial, por ejemplo, se suele poner el énfasis en el grado de pervivencia que dichos aspectos tengan en las comunidades.

A nivel de estudios, hace tiempo que la cultura tradicional se está tratando de manera científica, como una parte más de la Antropología. Ese es  su lugar natural y esa debe ser su metodología, con sus tratamientos específicos, claro, pero la historia de la cultura tradicional forma parte, evidentemente, de la cultura de la humanidad en su conjunto. Desde un punto de vista didáctico, el patrimonio etnográfico estará presente, seguramente, en el proceso formativo y en los currículos educativos, desde los primeros niveles hasta los de carácter universitario, en los casos en que el corpus de los conocimientos así lo aconsejen.

Pero, además de esos niveles, la música, el baile, las artesanías, la gastronomía, la literatura popular, etc., pueden tener también sus centros específicos de formación, porque la cadena de transmisión natural del pasado ha cambiado y: a nuevos tiempos, nuevos métodos. Y, luego en la calle, en la vida cotidiana, que es donde se seguirá “cociendo” también el guiso del folklore,  la tradición seguirá sus propios caminos.

Los 'Vaqullones' de Villares, junto a su monolito-homenaje. Foto: José Antonio Alonso.

El precio y el valor de “lo auténtico”

Las culturas de raíz son útiles para la vida de los individuos y de las comunidades y aportan esas señas de identidad necesarias para situarnos en el mundo interactivo en que vivimos. En el mercado global se apela frecuentemente a lo “auténtico”, a los productos naturales, a las recetas y a las costumbres ancestrales, como señuelos adecuados para la venta de determinados productos –otra cosa  es lo que esa publicidad pueda tener de verdad o de engaño y de manipulación-.

Pero, por encima de todo, del marketing y de la imagen de fachada, la cultura tradicional debe servir, creo yo, para formar ciudadanos críticos. El conocimiento de las culturas populares, al igual que el de la historia y de la cultura, en general, debe servirnos para la convivencia armónica, en una sociedad igualitaria de mujeres y hombres libres, que respeten a sus semejantes y a su entorno natural, en este maltratado planeta. Ese debería ser, al menos teóricamente, el fin prioritario que debe perseguir toda acción cultural.