¡Adiós a la luz!

11/05/2025 - 12:26 José Antonio Alonso/Etnólogo

El día del 'apagón' nos dio pie para algunas reflexiones sobre nuestra dependencia de la energía, sobre los avances conseguidos y sobre la luz en el folklore y sus significados simbólicos.

Estaba yo, el día de marras, pensando sobre qué escribir este artículo, cuando se fue la luz en la habitación y, como es normal, lo primero que uno piensa es que han saltado los plomos, pero no era el caso. Así es que salí a la calle dispuesto a disfrutar del sol radiante del mediodía. Ya en el coche, las radios informaban de que se trataba de un apagón generalizado en toda la península, España, Portugal y Andorra incluida. 

Las emisoras pedían tranquilidad, diciendo que la situación estaba controlada y que ya se estaban poniendo los medios para investigar lo ocurrido y para solucionar el problema. Pero, claro, ya te mosqueas porque no funcionan los móviles y no puedes comunicarte con los tuyos; vas a casa y no funciona Internet, pones la radio y tampoco funciona. Así es que vas buscando remedio a algunas cosas que lo tienen: pones las pilas a la radio y te informan de que la cosa va para rato; primero que en unas horas, luego se ve que esas previsiones eran demasiado optimistas y ya se habla de ocho horas o más, dependiendo de la latitud donde te encuentres -mejor para los del norte-, pero te consuelas pensando que los del centro peninsular tampoco saldremos mal parados.

 Había dejado la comida medio hecha, pero claro, la vitrocerámica no funciona, y me tengo que apañar con un camping gas que tenía por el trastero -otro problema solucionado-; pero, después de la cabezadita de la siesta, seguimos sin luz, la tarde va pasando y cae la noche sin visos de solución. Es entonces cuando empiezas a percatarte realmente del problema y echas mano de las velas y linternas, porque la penumbra del atardecer da paso a la oscuridad más absoluta y no estamos preparados para la situación. A cenar enseguida –¡Qué romántico, por fin una cena a la luz de las velas!- Eso sí: sin peliculita y sin noticias de la familia ausente del hogar, porque no funciona ni siquiera el wasap. La lectura se soluciona con una lamparita de pilas, y a las 10 en la cama.

Valorar los avances

Tuvo que venir una pandemia para percibirnos realmente de la necesidad imperiosa que tenemos de relacionarnos con los otros. Ha tenido que llegar el apagón para darnos cuenta de la fragilidad de nuestro sistema, porque dependemos absolutamente de la energía eléctrica que llega puntualmente a nuestros hogares, a los hospitales, a nuestra industria, a los semáforos y a todos los aspectos de nuestra vida cotidiana individual y social. 

Afortunadamente la cosa ha quedado solucionada y enseguida nos olvidaremos del apagón y sus consecuencias; pero, no sé a ustedes, a mí me ha dado por pensar en que deberíamos valorar más los avances tecnológicos que nos dan una mayor calidad de vida; aunque, por otra parte, el progreso tiene sus servidumbres y nos ha llevado también a la agresión a esta casa común que es nuestro maltratado planeta y a la dependencia total de la energía para la vida cotidiana. Desgraciadamente, los avances técnicos pueden ser terribles si están manejados a favor de la guerra y la destrucción y no de la paz, propiciando políticas regresivas, que conllevan la falta de diálogo y de respeto a los derechos humanos más elementales en muchos lugares.

Tablilla de difuntos: Foto: José Antonio Alonso.

 

A la luz de las velas y candiles

En esta noche de penumbras he recordado los días de mi infancia, las veladas a la luz del fuego y de los candiles, y el cristalito que había entre la cocina y la alcoba donde dormíamos, con una bombillita de escasísimo voltaje, cuya luz aumentaba o menguaba, dependiendo de la potencia que llegaba producida por alguna turbina, alimentada, supongo, por una lejana corriente de agua. He recordado también los inviernos, después de la escuela, con el candil sobre la  mesa, iluminando mis primeros cuadernos de cuentas y caligrafías.

Como me pasa muchas veces con otras cuestiones, he recordado hoy, ante la ausencia de luz, esos enseres que nos alumbraron las penumbras y las vidas a lo largo de la historia y a lo ancho de nuestras geografías: candiles ancestrales de grasas animales; lucernas romanas y medievales; velas de cera de nuestras abejas proletarias; teas de pino colocadas en los tederos de las cocinas en tierras de pinares; faroles y candiles trabajados por nuestros hojalateros artesanos; lámparas de carburo para iluminar las galerías oscuras, donde nuestros abuelos mineros arrancaron a la tierra sus preciados tesoros…Un largo recorrido hasta llegar a la luz eléctrica, a la iluminación de las estancias, con el sencillo gesto de girar una llave o accionar un interruptor; y, ahora ya, ni siquiera eso: simplemente, cuando accedemos a un espacio que detecta nuestra presencia, de forma automática, se produce el milagro de la luz. Como ocurre siempre en la historia, el camino ha sido largo y no exento de dificultades e ingenio para mejorar la calidad de nuestras vidas. 

Un candil de barro. Foto: José Antonio Alonso.

 

La luz en el folklore

También he pensado estos días en la importancia de la luz en el folklore, en su significado simbólico. La ausencia de luz, la oscuridad, el color negro suelen asociarse, tradicionalmente en nuestra cultura, a la muerte, al pecado y al demonio que lo personifica. La luz, por el contrario  es símbolo de la vida, de la gracia divina y de la resurrección. Por eso nuestros ancestros iluminaban las casas en la noche de difuntos, también para orientar a las ánimas que, según viejas creencias, retornaban a sus hogares, y nuestras abuelas ponían sobre las tumbas de las iglesias las tablillas de cera, alumbrándolas mientras duraban los oficios. Y los cirios pascuales se encienden como símbolo de la resurrección de Jesucristo.  

Encender una vela es también un signo de ofrenda, de petición y plegaria y de agradecimiento a la divinidad y al resto de advocaciones. Este es un gesto habitual de los creyentes de muy diversas latitudes y creencias. Las antiguas velas de cera se van sustituyendo por los modernos lampadarios eléctricos automáticos, que, en este caso también pudieron ser víctimas del apagón, el otro día; es un suponer.