Pedro José Pradillo escudriña 'Las Musas en el Henares'
Intentar hacer una recensión de este libro es una labor ingrata porque es tanta la información que aporta que resumirla en un par de folios es como tratar de coger todo el agua de un río solo con las manos.
Hay dos aseveraciones contrapuestas sobre el ser y el estar de Guadalajara que, aunque parezcan incompatibles por ir en dirección contraria, en realidad son las dos caras de la misma moneda. Recordemos la bifrontalidad de Jano. Unos dicen, mayoritariamente no locales, que “Guadalajara es una ciudad que presume, tan ufana como ilusa, de sus propias miserias”. Otros, generalmente autóctonos de nación, adopción o vocación, entre los que me incluyo, afirmamos que “Guadalajara no se quiere a sí misma”. Aunque el mismísimo Libro del Apocalipsis (3:15-16) viene a decir que “a los tibios los vomita Dios”, la virtud y la templanza están indubitadamente en el centro —no hablo de política— y, con toda probabilidad, Guadalajara no se quiere a sí misma porque le duelen mucho sus miserias y el dolor eclipsa sus grandezas, que también las tiene.
Dicho esto, quiero —porque debo— escribir hoy sobre la grandeza de la última obra escrita por un sobresaliente historiador local, Pedro José Pradillo y Esteban, titulada “Las musas en el Henares”, recientemente editada por el Ayuntamiento de Guadalajara y en la que mi admirado amigo y viejo compañero de aula en la edad escolar, técnico municipal de patrimonio desde hace una veintena de años, hace un amplio y detallado repaso a la inusitada, casi frenética, actividad cultural, en general, y escénica y musical, en particular, que se dio en la capital alcarreña entre 1885 y 1939. El adjetivo de inusitado con el que he calificado el movimiento cultural de ese tiempo no es ni mucho menos gratuito, tampoco es un canto de miserias. Ya era sabido, pero Pradillo lo documenta con absoluto detalle y rigor, que aquella Guadalajara de la Restauración, pese a su escasa población de entonces -11.000 habitantes en 1900-, fue un auténtico hervidero de inquietudes y actividad cultural, recreativa y educativa, sobre todo teatral y musical, que se vertebró y proyectó gracias al nacimiento de numerosas sociedades y ateneos.
La obra de Pradillo, que a mi juicio es el más completo y documentado estudio de la apasionante época arriacense que retrata desde el ángulo cultural, se compone de cuatro capítulos, todos ellos estructurados con los mismos epígrafes: Sociedades y ateneos, teatro aficionado, y escenógrafos y adornistas. El segundo epígrafe, a su vez, se articula en tres subepígrafes: Espacios escénicos, sociedades lírico-dramáticas y autores, obras y repertorios. El capítulo primero se titula “Bajo el signo de Regeneracionismo (1885-1901)”; el segundo, “El reino de un monarca político (1902-1923)”; el tercero, “Los sables al frente de las instituciones (1924-1930)” y el cuarto, y último, “España republicana (1931-1939)”. Completan el contenido de la obra unas oportunas y atinadas conclusiones así como una amplia y detallada bibliografía, además de unos trabajados apéndices que incluyen repertorios onomásticos de directivos de ateneos y sociedades y de actrices y actores aficionados.
Portada del libro 'Las Musas en el Henares'
El libro se recrea con absoluta minuciosidad en la aportación de datos de sociedades, actividades y personas que, en muchos casos, Pradillo ha rescatado del anonimato gracias a su extensa -20 años- labor de documentación y estudio, y a su intensa tarea de selección, valoración, estructuración y redacción que han devenido en una obra que hay que leer, pero, sobre todo, consultar y tener siempre a mano si se quiere profundizar en el conocimiento exhaustivo de la Guadalajara y el tiempo que relata. Las fuentes documentales en las que bebe este trabajo son los escasos archivos que se conservan de las sociedades y ateneos, y, sobre todo, la prensa de la época, amplia en número de cabeceras y variada ideológicamente, si bien de las progresistas se ha conservado poco al no ir en la línea de quienes escribieron la historia a partir de 1939. La prensa es, cuantitativamente, un desbordante manantial documental porque relata los acontecimientos en tiempo presente, si bien cualitativamente hay que poner en cuarentena sus contenidos pues sus informaciones suelen estar trufadas de opiniones muchas veces y, casi siempre, condicionadas y esquinadas por la línea editorial y orientación política del medio. Citemos algunos de los periódicos locales de finales del XIX y principios del XX consultados por Pradillo para documentar su obra: Abril (Portavoz de las izquierdas), Alcarria Ilustrada, Ateneo (Revista Internacional, Científica y Literaria), El Ateneo Escolar Caracense, El Eco de Guadalajara, El Henares, El Liberal Arriacense, Flores y Abejas —la única cabecera de todas ellas que, pese a cesar su actividad en 1936, retomó su segunda época en 1958 y pervivió hasta 2011, ya con la mancheta de “El Decano de Guadalajara”—, Hoja Social, Hoz y Martillo, La Ilustración, La Crónica y La Palanca, entre otros.
Como ya decíamos, las numerosas sociedades y ateneos que se fundaron en la ciudad en el tiempo de estudio de la obra -bien es cierto que muchas de ellas de corta duración en su devenir- fueron vertebradoras de la actividad cultural y, especialmente, escénica de la ciudad desde la sociedad civil. Digamos que, bien al contario de lo que ocurre ahora, la cultura “oficial”, la emanada desde las instituciones públicas, en aquella época no era el motor de esa tarea, sino apenas un engranaje más que, a veces, incluso chirriaba. Entre aquellos entes asociativos surgidos a caballo de los siglos XIX y XX, destacaron la Sociedad Ateneo-Casino (fundada en 1865), que reunía a lo más elitista de la sociedad arriacense y es el antecedente remoto del actual Casino Principal; el Ateneo Científico, Literario y Artístico -donde bulló ese proyecto de idioma universal tan singular que fue el Volapük, cuya academia española tuvo su sede en Guadalajara y cuyo diccionario en ambas lenguas editó un antepasado mío de Taracena, Francisco Calvo y Garrido-, con sucesivas sedes en el Convento de la Piedad, el Palacio del Infantado y el desaparecido Convento de la Concepción; el Ateneo Escolar Caracense, una sociedad juvenil de estudiantes de bachillerato; el Casino La Peña, fundado por el cuadro de profesores de la Academia de Ingenieros -un auténtico motor social y económico de la ciudad en ese tiempo, además de ágora científico y técnico- o el Ateneo Instructivo del Obrero, una de las sociedades de mayor peso y con más clara vocación pedagógica y formativa extraescolar. La huella física de este último aún puede verse en el hace tiempo lamentablemente cerrado y en desuso “Ateneo Municipal” que, en los años 80 del siglo pasado, ocupó los locales de la Educación y Descanso del franquismo que, a su vez, tras la posguerra, se instaló en los del primigenio Ateneo. Solo esta catarata de nombres de sociedades y ateneos, como antes la de cabeceras de periódicos, en una Guadalajara que entonces tenía el tamaño y la población que hoy tiene Alovera, son pruebas más que evidentes de las grandes inquietudes y anhelos de una gran parte de aquella sociedad por progresar y recrearse al rebufo de la cultura, algo que hoy no se lleva y parece reservado a sectores minoritarios. Ciertamente, las sociedades y ateneos nombrados, y otros que nacieron (y murieron) en aquel tiempo, hicieron de Guadalajara un epicentro y hervidero de actividad cultural, educativa y, especialmente, escénica; también musical. Algunos de los valores más propios del teatro, entretener, formar y agitar conciencias, resumen lo pretendido por aquellos ateneos y sociedades con el conjunto de su actividad y lo demandado por los guadalajareños de la época. ¡Qué envidia y no sé si sana!
Hacer una recensión de estas “Musas en el Henares” de Pradillo, tan buen historiador como artista plástico de vanguardia —creador total, por tanto—, es una labor ingrata porque es tanta la información que aporta que resumirla en un par de folios es como tratar de coger todo el agua de un río solo con las manos. Les remito al libro, oportunamente editado por el Ayuntamiento de Guadalajara en el contexto de la celebración del 20 aniversario de la inauguración del Teatro-Auditorio Buero Vallejo. Intenten acceder a la obra porque realmente merece la pena; no conozco mejor radiografía de la inquieta y hasta vibrante sociedad civil de aquella Guadalajara tan comprometida con la cultura y la educación, en general, y las artes escénicas y musicales en particular. Y no se me ocurre mejor homenaje a las ya dos décadas de actividad del Buero que esta obra de Pradillo, precisamente documentada y escrita en ese mismo tiempo; reposada, por ello. Termino citando a nuestro ya nombrado y más reputado autor dramático que en una escena de su conocida obra titulada La Fundación pone en boca de un personaje —Asel— estas palabras: “Duda cuanto quieras, pero no dejes de actuar”. Pedro José Pradillo siempre actúa, aunque nunca hace teatro.