Piel de tirano
Putin se ha subido al carro de Falaris para hervir a sus adversarios en el toro de bronce. Casualmente le comparan más con Hitler que con su compatriota Stalin.
Me gustaría, por mera curiosidad o por un inquietante estudio, introducirme en la mente de un tirano, entendiendo por tal a quien se margina del resto por creerse superior o, sencillamente, distinto. Distintos todos lo somos, y la variedad es lo que precisamente enriquece a la humanidad. Pero, ¡ah, el poder!, no me negarán que algo o mucho de seductor tiene. Que te obedezcan sin rechistar y hasta que te hagan la pelota es plato placentero para cualquiera. Negarlo es negar uno de los placeres que más envidia el ser humano, la autoridad. ¡Soy autoridad!, apelaba un ministro tras ser detenido totalmente beodo por unos agentes de tráfico.
En la película “La lista de Shindler”, el empresario salvador convencía astutamente al nazi jefe del campo de concentración, que literalmente cazaba matando a prisioneros disparándoles desde la terraza de su despacho: “Prueba a ejercer tu poder supremo; hoy no te mato porque tengo el poder de perdonarte”.
Pero de tener poder a ejercerlo sin sentido es lo que diferencia al tirano de cualquier otro mandatario. En la Roma clásica, Falaris, dictador de Agritano, se entretenía quemando a sus adversarios en un enorme toro de bronce lleno de fuego. Probablemente es el primer tirano de quien se tienen datos concretos de sus fechorías. Otros romanos hicieron méritos suficientes, basta recordar a Calígula o Nerón. Una civilización capaz de generar lo mejor y lo peor de la humanidad. Afortunadamente su gran legado, el bueno, nos permite convivir bajo los cánones de ellos heredados.
El tirano ha sobrevivido a las sucesivas generaciones, y en cada época han existido personajes que se empeñaron en convertirse en una especie de dioses para ejercer su santa voluntad sin límite alguno. ¿Fueron todos locos? ¿Es posible ser un déspota absoluto totalmente cuerdo? No soy experto en la materia, pero resulta evidente, al menos para mi, que Adolf Hitler y sus más estrechos colaboradores, Goebbels, Himler o Goering, muy cabales no eran. Otro tanto en la órbita soviética. Stalin, Beria o Yezhov protagonizaron el mayor genocidio de la historia, cuantitativamente muy superior al de Hitler.
La tiranía, como tal, es el resultado de una falta no ya de libertad, si no de dignidad de la persona. Y exclusiva de los hombres, del ser humano. Otra cosa que valiéndose de otros medios propagandistas manipulen voluntades y generen realidades virtuales.
Putin se ha subido al carro de Falaris para hervir a sus adversarios en el toro de bronce. Casualmente le comparan más con Hitler que con su compatriota Stalin. Es cuestión de matices, el caso es que todos han utilizado sus respectivas demencias para someter a sus pueblos. Primero jaleándoles y enarbolando el más primitivo de los nacionalismos imperialistas, el que termina, después del festín, hundiendo a su sociedad haciéndola indigna. Sólo la miseria entre su piel y sus huesos. Miles de años de pie para seguir muriendo de rodillas.