S.O.S Huertapelayo: El riesgo del Alto Tajo

24/04/2022 - 11:59 Salvador Herraiz Embid

A tal punto llega la desprotección de esta zona ante ese tipo de hechos que se cuenta que una persona, Dani, tiene su vehículo todoterreno preparado y dispuesto a la espera de acontecimientos.

Resulta evidente la belleza natural que supone un pueblecito en el corazón del Alto Tajo con un entorno de rocas y acantilados al borde del espectacular río. Por ello Huertapelayo recibe multitud de visitantes, sobre todo en fecha vacacionales. Siempre ha sido un lugar estratégico y por ello en su entorno se enclavan también espectaculares trincheras de la Guerra Civil, la famosa Piedra de la Cadena, la de la Ila, el cañón del río Tajo, y un largo etcétera. Resulta muy encantador y espectacular mientras todo va bien, pero cuando ocurre algún imprevisto, accidente, despiste,… la escasez de caminos y pistas forestales en las zonas más transitadas, o el abandono en el mantenimiento y conservación de las existentes, hace que sus atractivos se tornen en un peligro patente…y latente. 

En efecto, ya van siendo demasiadas las ocasiones en las que excursionistas sufren vicisitudes que necesitan de operaciones de rescate que tienen que ser realizadas frecuentemente por gentes del propio pueblo que con generosidad, solidaridad y empatía se echan al monte a cualquier hora del día o de la noche para atender a damnificados, o en el caso de llegar fuerzas y cuerpos de seguridad prestarles una colaboración esencial, ya que a pesar de su buena voluntad no van sobrados de medíos técnicos, por no hablar de su lógico desconocimiento de la zona (que por supuesto se puede entender) o de su lejanía, ya que es Molina de Aragón, a casi una hora en coche, la “civilización” más cercana. A eso hay que añadir siempre el necesario movimiento por la difícil zona y por los puntos de interés turístico que pueden estar a otra hora por caminos complicados. 

No sé si las siglas SOS vienen de las expresiones inglesas “Save Our Ship” (“salven nuestro barco”), “Save Our Souls” (“salven nuestras almas”) o “Send Out Succour” (“envíen socorro”), pero en Huertapelayo prácticamente todos los años hay que atender alguna misión de rescate, ya sea una turista francesa que se despiste por las montañas y a la que se le eche la noche encima, o excursionistas que se pierdan y que mojados y extenuados queden a la suerte de la intemperie. También muy recientemente han sido piragüistas para los que de ser el río Tajo su gran aliciente se convierte este en su mayor peligro. Si nos remontamos un poco más en el tiempo, pero no demasiado, ha habido un gran incendio en el casco urbano o incluso el rescate de los pasajeros de un helicóptero de vigilancia y extinción de incendios trágicamente siniestrado entre el pueblo y el río que hubo de ser atendido por los abnegados pelayos, que por supuesto, siempre al quite se echaron al monte a tan noble causa. No hace ni una semana que una familia durante una excursión al puente Tagüenza, tuvo que lanzar un SOS por una mujer desmallada ante el cual ni Guardia Civil, ni Bomberos del consorcio provincial (estacionados en Molina), ni la ambulancia llegada al efecto tuvieron ocasión de llegar con sus vehículos mucho hasta el lugar del percance (la ambulancia sobre todo no pudo ni acercarse por el deterioro del carril más cercano).  

El puente Tagüenza de Huertapelayo fue durante las guerras Carlistas por donde el General Espartero cruzó con todo su ejército, con dirección a Zaorejas. Parece que hay indicios también de que las tropas napoleónicas pudieran pasar por el pueblo tras calcinar la vecina Huertahernando, al mando, parece ser, de Joseph Leopold Digisbert Hugo, padre del escritor Víctor Hugo. Luego, en plena guerra civil, el puente y el río Tajo vuelven a ocupar un lugar estratégico a caballo entre zona nacional y zona roja, aunque perteneciente geográficamente a esta última. El río separa ambas. El puente original, fue construido en madera y mejorado después, en 1867, por el constructor de Alcalá de Henares don Manuel Muñoz Ramos, y fue dinamitado en la guerra, tras la cual será reconstruido, en los años 40, con buen cemento y buenas piedras, en un solo arco, y por orden del General Moscardó, el famoso héroe del Alcázar.

       Pero este bello puente, enclavado en un paraje fantástico de montañas y acantilados, se encuentra a media hora a pie del lugar más cercano al que un vehículo preparado podría llegar. Los turismos normales mejor ni intentar sortear las barranqueras que por las empinadas cuestas forma el agua. Ahora imagínense los lectores de Nueva Alcarria esa media hora, hasta llegar a un vehículo, cargando con una camilla ocupada por la paciente en una cuesta arriba de justicia, turnando a los porteadores para hacer más llevadero el transporte. Media hora que se puede convertir por arte de magia en interminable. Menos mal que ahí están esos pelayos, descendientes de aquellos que a principio de los años 20 dejaron en el pueblo solo a las mujeres y niños para marchar a Estados Unidos (también a otros lugares lejanos) a buscarse la vida y regresar años después con mayores posibilidades. Otros se quedaron allí. Esos pelayos actuales, y sus cónyuges o simpatizantes, que bien nacidos no dudan en ayudar a quien lo necesita y que tras el rescate le ofrecen una ducha caliente, ropa y comida. 

Pero todo ello podría desencadenarse en un entorno más seguro si los caminos fueran más accesibles, si estuvieran arreglados, si llegaran a los lugares de mayor belleza pero también de mayor riesgo. No olvidemos que no hablamos de un lugar casual y perdido sino de un Parque Natural con visos de ser próximamente Parque Nacional. Pero claro, un pueblecito en el que no hay negocios, bares ni restaurantes, ni tampoco casas rurales, y por tanto donde no hay unos beneficios evidentes por contar con tales honores, y donde los políticos acuden con cuentagotas y apenas durante unos minutos antes de marchar a la civilización y llenarse la boca ante los medios hablando de la España despoblada, de cómo ayudarla y de cuantos GR… se señalizan, aunque se trate de caminos sin posibilidades ante incidentes que pueden por ello tornarse en trágicos.

A tal punto llega la desprotección de esta zona ante ese tipo de hechos que se cuenta con una persona, Dani, que, a nivel particular, y movida por su deseo de ayudar en este tipo de situaciones, tiene su vehículo todo terreno preparado y dispuesto a la espera de acontecimientos (con gasolina, focos y linternas, GPS y hasta walkie talkies. Es muy loable y puede llenar de orgullo a él y a quien le acompañe en cada “misión de rescate” pero… esto no es serio. Los caminos y carriles tienen que estar operativos ante eventualidades que se dan con mayor asiduidad de la esperada y por supuesto de la deseada (algunas partes lo están pero otras… y la fuerza de una cadena es la de su eslabón más débil). Ni hablemos si un día se produce un incendio en los campos y vega de entrada al pintoresco pueblo, pues no habría otra ruta de evacuación de sus gentes que no fuera por una larguísima pista en dirección nordeste que podría llevar hasta Armallones (y de ahí a Villanueva de Alcorón)… si no fuera porque hoy por hoy se encuentra inoperativa para turismos por su deterioro. O sea… que Dios no quiera que se llegue a tal caso, porque entonces sí que se va a conocer el pueblecito en las noticias, pero en las de graves sucesos. 

¡Despertad políticos de turno!, que un Parque Natural y/o Nacional no es solo para presumir por tenerlo y por sus estadísticas de visitantes, hay que tenerlo acondicionado incluso si no dispone de negocios, porque es muy importante algo que sí tiene en su seno: Personas.