Setas

31/10/2020 - 18:12 Emilio Fernández Galiano

Mis primeros recuerdos de la infancia no son en un patio de Sevilla, sino en un frío páramo de cualquier monte seguntino buscando setas.

En estos días tristes de encierro y reflexión, de temores y sentimientos encontrados, de teletrabajo y reuniones virtuales, en estos días, digo, encuentro cierto sosiego abriendo libros, hojeándolos y leyéndolos –los que me atrapan-. Cae uno en mis manos cuyo nombre me evoca a esta estación del año y a tiempos pasados, tiempos más ingenuos, repletos de ilusión y esperanza. Otoño por tierras de la serranía es periodo de setas, boletus y demás delicias. Mi ignorancia en este campo es casi universal, por lo que pido a los eruditos de la micología que sean comprensivos con este aficionado. 

Tanto es así que, debido a mi incultura,  sólo me atrevo a recolectar setas de cardo, sin duda el tipo de hongo que más me gusta. Podría atreverme con los níscalos pero ya me aventuraría a un riesgo innecesario porque, eso sí, ese mundo hay que quererlo tanto como respetarlo. Anualmente son muchas las víctimas de intoxicaciones por su consumo, en algunas ocasiones hasta mortales. 

En Sigüenza esperábamos la llegada del mes de octubre asociando el puente del Pilar con la recogida de setas. Claro, la lluvia era fundamental y la ausencia de heladas, otro tanto. Si se cumplían las dos condiciones prestos acudíamos a esas tierras cargados con bastante más ilusión que contenido en nuestras cestas al regreso de los largos paseos. Luego llegaban los expertos, “pues yo he cogido dos kilos”, aportando, si no ilusión, algo de imaginación. Aunque dudas nos asaltaban.

 

Mis primeros recuerdos de la infancia no son en un patio de Sevilla, sino en un frío páramo de cualquier monte seguntino buscando setas. Con el tiempo, vecinos “fijos” de la ciudad nos llamaban “roba setas”, en un sentido curioso de la propiedad campestre. Muchos de esos vecinos ni conocían Sigüenza cuando ya nuestros padres o abuelos vivieron allí, en esa vieja competencia existente entre seguntinos y veraneantes. A lo que iba, por más que practicábamos todos los “trucos” para intentar encontrar el preciado fruto, no había manera. Y cuando encontrabas una era como descubrir petróleo. 

Despejadas mis dudas sobre mi escasa habilidad para encontrar setas -de cardo, obviamente-, me refugié en buenos amigos que hoy por hoy son una autoridad en la materia. Conocen las zonas que, como los magos sus secretos, nunca hay que desvelar, saben cómo buscarlas y yo creo que hasta las huelen, como Paco El Bajo, uno de los protagonistas de la genial novela de Delibes “Los Santos Inocentes”, apreciado por los señoritos por su gran olfato. “Cuando veas una, quédate por el lugar, porque salen en corrillos”, me apunta mi amigo y experto. También me indica que, en estos tiempos,  la disminución de rebaños perjudican la predisposición del terreno a que proliferen las setas. De hecho, en nada les conviene que las hierbas estén altas, porque impiden que el sol las haga crecer. Son amantes de la naturaleza y saben cortarlas para no estropear futuras cosechas, así como guardarlas en cestas para no impedir que las esporas también hagan su función en próximas temporadas. 

De lo que no duden es que me gusta cocinarlas y, cómo no, saborearlas. Un consejo, no se obsesionen en atiborrarlas de complementos. En concreto las de cardo, en la sartén un chorrito de aceite, un poco de ajo y sal son suficientes para degustar este néctar de dioses. Envuelto en su mágico ceremonial. Salud.