Sólo-como-el-café

04/01/2019 - 12:16 Emilio Fernández Galiano

Pedro Rodríguez era entonces y a mi temprana edad lo que hoy son Gistau, Bustos, Conde, Amón, Lucas o Jabois, y me dejo muchos.

Llego al 13 de la Rue del Percebe, barrio de Nueva Alcarria, y observo que mi vecino de abajo –la gente elegante vive en los pisos inferiores-, el de los  Bloody Mary, ha dejado el vecindario. Entregó al conserje una nota de despedida, honra merece, pero a ver con quién me tomo ahora los aperitivos. 

Las columnas de este  asimétrico edificio no son las del Partenón, son de tinta y papel, las que se inventó Jovellanos y desde entonces dejaron las mejores joyitas de la literatura española. Este vecino despiadado es un buen ejemplo. En mi caso, el tabardillo de la columna me la inspiró siendo yo imberbe un gran periodista llamado Pedro Rodríguez –no confundir con los que se añaden una inicial para parecer del New York Times-. Sus artículos en el ABC los devoraba como si fuera la cuñada de un ilustre empresario donostiarra casado con una nieta de los mejores estadistas españoles, restaurador monárquico,  cuando le servían un plato de croquetas. 

Pedro Rodríguez  inventó el ritmo rapero en sus artículos y se permitió el lujo de incorporar los guiones para enfatizar una frase: “Te-digo-que-Ordóñez-nos-traiciona”, por ejemplo. Fue periodista de la Transición, acusado de arribista como si tuviera la culpa de haber nacido en la bolita previa al punto de inflexión. Como Carandell, Vicent, Campany o Emilio Romero. Con todo, Rodríguez era joven y murió joven.

De haber competido con Umbral se hubiera muerto igual de joven. No así con Raúl del Pozo, con quien habría confraternizado. Para que me entiendan los más bisoños, Pedro Rodríguez era entonces y a mi temprana edad lo que hoy son Gistau, Bustos, Conde, Amón, Lucas o Jabois, y me dejo muchos. Una nueva hornada que transmite estilo y elegancia, fuerza y originalidad. Y bastante sensatez con independencia de sus propias tendencias.

Lo del columnismo, esto de retratarnos-desnudarnos-ante-toda-la-peña, créanme, tiene su mérito. Obvio la posible calidad del producto, pero doy méritos a quien lo fabrica. Afortunadamente, las nuevas tecnologías nos facilitan las fuentes de información –sin copia y pega, oiga, eso no vale-, y las consultas al diccionario mediante el teclado nos evitan soportar el peso de los generosos lomos de la RAE sin Cebrián. Llegué en mis tiempos a tirar del Espasa, del Julio Casares y del María Moliner. De Lázaro Carreter y su dardo en la palabra, pues, aunque tengamos nuestras limitaciones, al menos que no se nos descubran. Y un mínimo de rigor en las formas y en el fondo. No en vano, los que hoy me acompañan en esta osadía –que yo sepa, Gómez-Jordana y Asúa- tuvimos en el Rosales de profesora de lengua a la más exigente, heredera del colegio Estudio y a la postre de la Institución Libre de Enseñanza de Ginés de los Ríos. Alicia Bleiberg, se llamaba. Ahora agradezco su estricta disciplina tanto como entonces la aborrecía. 

A lo que íbamos, la opinión hoy por hoy se lee más que la crónica, el reportaje o la mera información. Su versión más frívola, los tuits, arrasan. O tal vez esas parcelas se hayan convertido en un triduo para nostálgicos de la pasión. Es posible que la opinión haya evolucionado mucho más que la mera información, o tal vez porque ésta se haya convertido también en opinión. 

Y-yo-con-estos-pelos. Y sin mi vecino ilustre. Y aparece el funcionario de Forges hablándole a la taza: ¿Tú también estás sólo, cafelito mío?