Una ciudad para el futuro
Artículo publicado en ABC en junio de 1970
Como tantos alcarreños, yo he dudado también algunas veces del futuro de Guadalajara. Aquella ciudad muerta, de monótonos paseos calle Mayor arriba y calle Mayor abajo, que todos conocimos durante muchos años; aquella población de calles en su mayoría sin pavimentar, de edificios que apenas rebasaban las cinco plantas, de oscuros comercios y de colas ante las fuentes públicas, aquella ciudad, repito, no autorizaba a albergar excesivo optimismo sobre su porvenir.Al hablar o escribir entonces acerca de Guadalajara era difícil sustraerse a la general tendencia de denominarla “la Cenicienta de las provincias españolas”.
Pero surgieron los polígonos de descongestión de Madrid y cambió el panorama. La esperanza empezó a prender en los alcarreños al comprobar que el “levántate y anda” que necesitábamos lo formulaba el Estado a través del Ministerio de la Vivienda. Y, al prosperar la ilusión, nacieron los proyectos. Proyectos y planes oficiales y particulares, de planificación urbana y municipal y de expansión económica e industrial. Guadalajara levantaba la cabeza por medio de su Ayuntamiento, secundado por sus vecinos, y se aprestaba a renovarse para no morir. Porque muerte definitiva y total habria tenido a la larga como ciudad si no se hubiese preparado, a la vez que se consolidaba el polígono, para un crecimiento rápido de la población y un notable aumento de industrias.
Los hombres de negocios no hubiesen elegido Guadalajara para establecer sus fábricas, de no haber sabido que se planificaba una ambiciosa renovación de infraestructuras y servicios. Por eso tardó la zona industrial en abandonar el punto muerto y adquirir la aceleración actual, que ha obligado a tramitar su ampliación en casi dos millones y medio de metros cuadrados más.
Una utopía nos hubiese parecido el plan de obras que se está llevando a cabo en la capital, si nos lo hubieran predicho hace unos años. Y, sin embargo, todos lo vemos ahora como una cosa normal, cuando no con irritación por las molestias que las obras nos proporcionan. La costumbre no nos deja ver que la ciudad está cambiando de faz a paso de carga. Nacen altos edificios, se ensanchan las calles, se ciegan barrancos, surgen nuevos barrios y la piqueta va abriéndose paso en el centro de la capital.Guadalajara pierde rápidamente su provincianismo decimonónico, de raídos funcionarios, y el quiero y no puedo de los saraos del Liceo y el “numerus clausus” de un casino para la “alta sociedad”.
Hoy Guadalajara se derrama por los cuatro costados de su urbanismo y de su nivel de vida. Las calles se quedan pequeñas para tanto automóvil y en los nuevos edificios nadie quiere pisos para alquilar. Se gastan doscientos cincuenta millones en hacer una nueva ciudad por el subsuelo y apenas nadie se asombra. Nos dicen que Guadalajara dentro de unos pocos años habrá duplicado su población y casi nos parece natural. Hemos perdido la capacidad de asombro y ya no nos sorprende que se empiece a hablar de Guadalajara como ciudad dormitorio de Madrid, ni que algunos madrileños estén considerando seriamente la posibilidad de salvar de la contaminación urbana a sus familias trasladando su residencia a la capital de la Alcarria.
Por la inclinación natural de su subsuelo, por el predominio de los vientos, por la salubridad de su clima, Guadalajara reúne condiciones óptimas para llegar a ser una ciudad ideal de cien mil habitantes. La proyectada ampliación de los regadíos del Henares asegurará el suministro de sus mercados, y la recién inaugurada traída del Sorbe, el abastecimiento de agua. Guadalajara empieza ahora a estar en situación de no mendigar su futuro a Madrid. Sólo un paso adelante más del polígono de descongestión, y nuestra capital entrará en la etapa más decisiva de su historia. Una etapa con factorías de miles de obreros en la zona industrial y con la zona residencial del polígono cubierta de edificaciones.
No son estas consideraciones sólo profecías para una ciudad a la que hasta ahora todos hemos amado porque no nos gustaba; son realidades que tenemos ya al alcance de la mano, reflexiones en voz alta de un alcarreño que tiene por profesión auscultar cada día los latidos de Guadalajara.