A las mujeres españolas


Este llamamiento, de 1918, al que sus autoras llamaron ‘A las mujeres españolas’  constituyó el manifiesto fundacional de la Liga para el Progreso de la Mujer, la primera asociación de carácter estatal, impulsada por las hermanas Amalia y Ana Carvia.

Hace poco menos de dos semanas conmemoramos el Día Internacional de las Mujeres que, como se sabe, tiene lugar cada 8 de marzo. Así, este mes se intensifican los actos para visibilizar la situación de las mujeres en el mundo y el arduo camino hacia la igualdad plena, recorrido en el que la recuperación de la genealogía feminista es imprescindible tanto por lo que tiene de justicia histórica como por lo que puede ayudar a no desviarnos del verdadero sentido de estos días.

Nuestras lectoras y lectores bien conocen el empeño quincenal que desde esta columna, Vindicaciones, ponemos en rescatar la memoria de las mujeres, siempre reivindicando que no deseamos reescribir la historia, sino iluminar otros ángulos que el androcentrismo ha oscurecido cuando no silenciado. De esta manera, me ha parecido oportuno compartir con ustedes lo que en el periódico La Palanca de Guadalajara se publicó en 1918, lo cual no debió dejar indiferente a quienes lo leyeran con un mínimo interés:

A la mujer de España no le falta inteligencia ni corazón para seguir el derrotero marcado por su hermanas de otros pueblos; solo la detiene el formidable obstáculo de la rutina, y este obstáculo será prontamente vencido si uniendo nuestras manos en la promesa de un noble pacto, arremetemos con decisión contra todos los prejuicios del pasado. Créanlo así nuestras compañeras de sexo, y sin temor de ninguna clase vengan con nosotras, desde las más timoratas a las más valientes. Católicas, protestantes, racionalistas, cualesquiera que sean vuestras tendencias, todas lleváis en vuestras almas femeninas las indescriptibles ansias de una verdadera liberación, y por lo tanto todas estáis interesadas en la conquista de un nuevo destino. 

Este llamamiento, al que sus autoras llamaron «A las mujeres españolas», constituyó el manifiesto fundacional de la Liga para el Progreso de la Mujer, la primera asociación de carácter estatal, aunque impulsada desde Valencia por las hermanas Amalia y Ana Carvia Bernal, que tenía por finalidad coordinar a los grupos feministas que, de manera aislada, ya estaban surgiendo en España. 

Agrupación femenina Flor de Mayo de Valencia con Amalia Carvia en el centro (1933). Fuente: Biblioteca Valenciana Digital.

Desde luego no perdieron el tiempo y el mismo año de su creación, ya hemos dicho que 1918, la Liga  llevó a las Cortes Generales la reclamación de supresión y rectificación de varios artículos del Código Civil que «colocaban a la mujer en un nivel inferior al del hombre», manifestando su preocupación por asuntos como la investigación de la paternidad, el divorcio, la condición de la mujer casada, la participación de las mujeres en los jurados y la urgencia del voto. 

Esta instancia fue defendida en el Congreso de los Diputados por el inolvidable Roberto Castrovido, cuyo apoyo a Clara Campoamor fue fundamental para la aprobación del sufragio femenino en 1931, y por Royo Villanova en el Senado, donde la réplica se la dio el senador alcarreño José Antonio Ubierna: «con motivo de discutirse el dictamen de la Comisión de peticiones, de la que forma parte, con relación a la Liga Española para el Progreso de la Mujer, el señor Ubierna pronunció un documentado discurso en el que hizo gala de sus conocimientos jurídicos y de los problemas sociales que del divorcio se derivan», según leemos en El Liberal Arriacense.

Lo cierto es que a esas alturas, cada vez resultaba más complicado explicar el porqué de excluir a las mujeres del concepto de ciudadanía. En el caso de hombres como nuestro paisano, el senador Ubierna, las posiciones se orientaban hacia las reformas que otorgaran a las féminas mayor dignidad, pero sin poner en peligro el sistema social y económico que descansaba sobre el denominado «ángel del hogar». Por el contrario, hubo otros personajes masculinos, como el también alcarreño José Serrano Batanero, que se implicaron en la necesidad de extender la educación femenina, profundizar en los derechos políticos y civiles de las mujeres o luchar activamente contra la prostitución. En ambos casos, uno más progresista y transformador y otro más conservador y moderado, la necesidad de modificar el estatus de las mujeres estaba presente, sin que en estos avances se pueda soslayar justamente la influencia del recién articulado movimiento feminista español. Sin ir más lejos, volvió a ser la Liga para el Progreso de la Mujer la entidad pionera en registrar a comienzos de 1920, por primera vez en el Congreso de los Diputados, la solicitud del sufragio universal integral, por tanto, sin ninguna restricción para las mujeres. Esta súplica fue elevada al Ministerio de la Gobernación sin que el Ejecutivo diera respuesta.

Unos años después del mencionado debate en el Senado, José Antonio Unbierna y Eusa (natural de Argecilla) ingresó en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País con una disertación sobre «La mujer en España y en el extranjero». En su discurso, Ubierna, que llegó a ser un ilustre jurista y fiscal del Tribunal Supremo, se centró en la oportunidad del tema abordado, la necesaria reforma del Código Civil y la invocación del deber: «Deber del poder público es preocuparse de este problema aceptando cuantas reformas tiendan a mejorar la situación de la mujer, no para igualarla con el hombre, que distintos son su espíritu, su organismo y sus funciones, sino para que obtengan sus legítimos derechos». Menos mal que también reconoció que «En España a excepción de algunas mujeres que con el entusiasmo que produce la convicción luchan por defender sus aspiraciones, la población femenina nada pide, nada reclama, pero tal silencio no obsta para que nos interesemos en este problema».