Abonados al fuego
Parece que se acaba la temporada de incendios feroces y pésimamente gestionados como el del Pico del Lobo en nuestra provincia. Pese a la atención mediática más centrada desde Moncloa en comunidades gobernadas por ‘fachas’.
Parece que se acaba la temporada de incendios feroces y pésimamente gestionados como el del Pico del Lobo en nuestra provincia. Pese a la atención mediática más centrada desde Moncloa en comunidades gobernadas por ‘fachas’.
Se habla de incendios de sexta generación y misteriosas olas de calor, que no llegamos a entender bien y que nos trasmiten sensación de impotencia y escepticismo.
Decía un cargo del Icona, aquel viejo organismo franquista empeñado en conservar la Naturaleza, que los fuegos hay que empezar a apagarlos, no terminar, en otoño. Hoy tenemos más recursos para afrontarlos.
El problema es el abandono rural. Los montes crecen sin orden ni cuidados. Gestados en ese caos resultan indomables.
Antes se cuidaban. Eran símbolo de prosperidad. La explotación de su madera y resina permitía a pueblos del Señorío modernizar infraestructuras, festejos envidiables y financiar hasta estudios universitarios.
Los propietarios carecen hoy de incentivos para cuidar este patrimonio cuando no se chocan con la barrera burocrática infranqueable.
¿Dónde están los hatajos de ovejas y cabras que los limpiaban y los pastores y leñadores que ramoneaban con tiento?
Vemos el monte como un bello paisaje por donde pasear y fotografiar, pero que ya nadie lo cuida. Los pueblos vacíos, con casas cerradas y algunas segundas residencias, hacen que los caminos y campos abandonados se conviertan en terreno abonado para las llamas.
Han desaparecido los verdaderos gestores del territorio. Tampoco puede hacerlo todo la Administración. Como ha escrito el profesor William Carnes frenar el calentamiento global exige mejorar la salud de nuestros bosques. “Necesitamos una industria agroforestal sostenible y eficiente, con agentes formados y gente que viva cerca”, urge.
La próxima Política Agraria Común (PAC) debería incorporar la prevención de incendios como prioridad, junto a las inundaciones. Porque cuidar el territorio y sus alimentos es cuidar de todos.