Agallas

17/09/2022 - 13:01 Jesús de Andrés

El cambio de ubicación del recinto ferial, del extrarradio a su integración en un corredor que va de la Fuente de la Niña al Infantado, ha sido una apuesta arriesgada.

Un buen político, un político valiente es aquel que más allá de su particular ética de la convicción y de sus cálculos estratégicos electorales hace lo mejor por la ciudadanía, busca el perfeccionamiento de la sociedad. La labor política es algo que no se queda en la gestión cotidiana de los servicios, al menos si tiene pretensiones de mejorar la vida de aquellos a quienes se debe. Fomentar la educación, elevar el nivel cultural, que siempre es herramienta de progreso social, debería estar en el frontispicio de cualquiera que se presente a unas elecciones. Se agradece siempre que haya políticos que arriesguen, aún a sabiendas de que habrá quienes se le enfaden, de que nunca llueve a gusto de todos, de que se dejará algunos votos por el camino.

El cambio de ubicación del recinto ferial, del extrarradio a su integración en un corredor que va de la Fuente de la Niña al Infantado, ha sido una apuesta arriesgada. El ruido, la suciedad y las multitudes provocan el rechazo de no pocos vecinos, pero, salvo que se pretenda acabar con las fiestas, que precisamente es eso en lo que consisten, en la ruptura de la cotidianeidad, en ser un tiempo excepcional en el que todo se altera, no queda otra que conllevarlas. Ha sido la comidilla, el gran tema del que todos han hablado. No hay un solo vecino o visitante que no haya dado su opinión al respecto. Y el resultado, no hay más que verlo, es que está siendo un éxito. Tanto que, se admiten apuestas, si el año que viene cambiara el gobierno municipal, la actual oposición -pese a lo anunciado- no volvería a llevar el ferial extramuros sino que lo dejaría en el centro. Las actuales ferias no son un regreso al pasado porque allí es imposible regresar, son una solución intermedia entre lo que fueron y los tiempos actuales. La concejala de Festejos, Sara Simón, ha sido valiente, le ha echado agallas, y en su haber quedará el reconocimiento.

El modelo de fiestas ha cambiado a lo largo de los años, de la solemnidad institucional del franquismo gris, donde todo era contención y prohibiciones, al modelo de la transición, anclado en la combinación de peñas, toros y alcohol, en buena parte caduco. Hoy en día la sociedad reclama otro modelo. Igual que no se conciben espectáculos de hace no mucho, como el Bombero Torero, las Hermanas Colombinas, los chistes de gangosos y mariquitas de Arévalo en el Coliseo Luengo o las varietés del Teatro Chino, hay “tradiciones” llamadas a extinguirse, en particular todas aquellas que impliquen desigualdad y vejación a las mujeres o maltrato a los animales. Cuanto antes se den cuenta nuestros políticos, cuanto antes asuman el cambio de ciclo, mejor será para todos.