
Disneylización
Da comienzo la Semana Santa, momento de desconexión para muchos, de descanso y recreo. Vuelven las procesiones.
Vuelven las procesiones, los ritos en la calle, la exhibición solemne de la religiosidad popular a la que concurren quienes buscan el lado folclórico de la vida, que son mayoría, y los que ponen en primer lugar su fe, la preeminencia de sus creencias, que son los menos. De no ser así, si la sociedad tuviera un nivel de devoción como el exhibido estos días, otro gallo cantaría en las encuestas de religiosidad. De hecho, no llega al 20% el porcentaje de quienes se consideran católicos practicantes, y entre estos, ya me contarán ustedes cómo deben entender su práctica, el 27% afirma no asistir nunca a misa u otros oficios religiosos.
La Semana Santa, hija de Trento y de la Contrarreforma, surgió, tal y como la conocemos hoy, en el siglo XVI, como respuesta de la Iglesia a la reforma protestante de Lutero, para exteriorizar la fe sacándola a la calle. Se desarrolló más donde, por dudosa lealtad de su población al catolicismo, mayores eran las amenazas de la Inquisición y mayor, por tanto, la necesidad de demostrar en público su indudable adhesión. Así ocurrió en Andalucía, donde buena parte de sus moradores pertenecían a familias que habían sido musulmanas, o en ciudades como Valladolid, donde el luteranismo latente había cobrado fuerza. El renacer de las celebraciones a partir de los años noventa del siglo pasado, tras una crisis que en algunos casos las hizo incluso desaparecer, se produjo, con la pretensión de lograr una mayor espectacularidad, bajo una fórmula de uniformidad que ha supuesto la pérdida de sus originarias señas de identidad. Así, la moda andaluza, por arte del corta y pega, ha invadido, cual especie invasora de lo cultural, al modo de los cangrejos de río americanos, al resto de celebraciones en toda España. No hace falta irse muy lejos: el remedo andalucista lo vemos aquí un año tras otro a la vez que, ya ves, se nos habla de tradición. Macarenas y cristos del gran poder, capataces y mayordomos, capillitas, saetas, aplausos y levantás, ‘ar sielo con ella’, costaleros y parihuelas. Cristos recién tallados que parecen salidos del gimnasio, saturados de anabolizantes. Sin olvidar la inflación de los epítetos en la denominación de las cofradías, como criticaba no hace mucho el diario ABC.
La disneylización de la sociedad, que reduce todo a un tipo de ocio que anula las esencias locales a la vez que asimila las generalizadas, que activa el turismo sin tener en cuenta los efectos culturales, hace tiempo que nos ha invadido. Que Dios nos pille confesados.