
Querido Eddie
Podría haber dedicado esta columna a algún tema de actualidad: la muerte del papa, la última ocurrencia de Trump, la terca perversidad de Putin o alguno de los asuntos que animan nuestra política doméstica, pero no lo haré. Hoy hablaré de ti, viejo amigo.
Podría haber dedicado esta columna a algún tema de actualidad: la muerte del papa, la última ocurrencia de Trump, la terca perversidad de Putin o alguno de los asuntos que animan nuestra política doméstica, pero no lo haré. Hoy hablaré de ti, viejo amigo. Nadie más alejado que tú de los problemas que afectan a los humanos, salvo los nuestros, los de tu familia, a la que llegaste hace diez años. Entraste en casa como un torbellino, travieso y lleno de energía. Fuiste un niño revoltoso, un adolescente inquieto y un adulto sereno, y encontraste en Julia y Jorge a tus mejores amigos, a tus compañeros de juegos, a tus hermanos adoptivos. Quien no ha tenido un animal en casa, quien no ha compartido parte de su vida con al menos uno de vosotros, quizá no pueda entender el extraordinario vínculo que forjamos contigo desde el primer día, la inmensa alegría que nos proporcionaste en cada momento, el amor que nos diste y te dimos sin fin.
El lunes, en el hospital veterinario, tu diagnóstico se convirtió en veredicto. Estuvimos a tu lado, te acompañamos, tuvimos tiempo de despedirte, de abrazarte, de recordar los buenos momentos, de hacerte las últimas fotos, de pronunciar las últimas palabras que escucharon tus grandes orejas. Lloramos juntos por ti, Eddie, siendo conscientes de todo lo que nos diste, que fue muchísimo, sabiendo también que fuiste afortunado por lo mucho que te quisimos. Desde ese momento, el vacío que has dejado es inmenso. Tu recibimiento, con una alegría infinita cada vez que llegábamos a casa, moviendo con agitación tu cola, despertaba siempre una sonrisa, un gesto de cariño, unas palabras amables, por mucho que el día hubiera sido agotador. Jamás un reproche, siempre fiel, buscando nuestra compañía. Tu lealtad no tenía límites. Cuando teníamos un mal día, o una mala racha, no había mejor consuelo que tenerte al lado y acariciar tu pelo blanco. Muchas veces no sabíamos quién sacaba a quién a pasear.
Nunca aprendiste a jugar a la pelota, algo tan simple como arrojártela para que la trajeras y te la lanzáramos otra vez. Ibas a por ella, la cogías y nos provocabas para que te la quitáramos, pero sin soltarla, llevando tú las riendas del juego. Esta semana, querido Eddie, hemos compartido tus fotografías: fotos del día a día, en casa o en los viajes que disfrutamos, correteando por los prados del norte o las playas del Mediterráneo. La mejor forma de recordarte, lo sabemos, será querernos mucho y sonreír viendo tus imágenes y tus vídeos. Estuviste con nosotros una parte de nuestra vida, en nuestros corazones vas a estar por siempre.