
Fumatas
Escribí la versión de este artículo para la edición en papel tras la tercera fumata negra, mientras el planeta entero estaba pendiente de quién sería el nuevo obispo de Roma.
Les decía que, más allá de si la fumata era blanca o negra, algo que tan sólo era cuestión de tiempo, lo importante, a estas alturas, es si era roja o azul, pues así vienen también dadas las cosas desde el Vaticano. Coincidió la elección papal con la reunión en la Plaza Roja de Moscú, gracias a la hospitalidad de Putin, de los dictadores más selectos del planeta: Lukashenko de Bielorrusia, Maduro de Venezuela, To Lam de Vietnam, Miguel Díaz-Canel de Cuba, los dictadores centroasiáticos, los del Cáucaso, algún africano, el brasileño Lula da Silva, que no podía faltar, más el invitado especial, Xi Junping de China. Amplia alianza de países comunistas y excomunistas que tan buenas migas han hecho -curiosa convergencia- con las extremas derechas occidentales en su odio a la democracia liberal y a la Unión Europea, expresada en su hostilidad con Ucrania. Dios los cría. A todos ellos, por cierto, recibió en Roma el papa Francisco, primus inter pares. Algo que no debería olvidarse.
Me sorprenden los análisis sobre el pontificado de Francisco, que se hable de que fue un reformador, cuando nada reformó (salvo que nos dejemos engañar por la cosmética, ya han visto cuántas mujeres entraron en la Capilla Sixtina), cuando no fue más que un antimoderno de manual. Peronista, representante del populismo más estricto, el que antepone al “pueblo” -tanto da que sea el pueblo de Dios, el pueblo argentino o el pueblo en general- a cualquier otra categoría social. Viajó mucho por el sur, y poco por los países más desarrollados, porque esa era su referencia, la de los pobres virtuosos en su pobreza frente a un Occidente contaminado por el pecado y el progreso capitalista. Un Mujica en versión clerical, que siempre buscó el reconocimiento por su modestia, mostrando con orgullo su humildad, ya ves, y por su compromiso con la justicia social, esa que requiere de pobres que sigan siendo pobres para poder representarlos, de un pobrismo estructural persistente en el tiempo, el mismo que fomentan bolivarianos y comunistas de distinto pelaje.
Francisco alejó al catolicismo, más si cabe, de sus raíces europeas. La elección de su relevo, de León XIV, por un sistema de cooptación, el mismo que usó la Unión Soviética para elegir a sus secretarios generales, nada bueno anunciaba. Por lo general, esa forma de elección da lugar a candidatos conservadores, resultado que en este caso podía significar continuidad populista en las dinámicas impuestas por Francisco o tradicionalismo reaccionario, si los cardenales, asustados, pretendían dar marcha atrás. La cosa, como han visto, se ha quedado en un punto intermedio: aparente continuidad franciscanista, pero con matices simbólicos de corte más conservador. Sus apelaciones a la unidad (¿de quién?) desde el primer minuto, dicen mucho del mensaje lanzado: cualquier cosa menos tensionar a la Iglesia, que de eso, de pervivir, sabe mucho. Lo que también estaba claro es que la cooptación daría lugar a la elección de un papa de elevada edad. En ocasiones hubo excepciones, como las de Gorbachov, elegido con 54 años, o Juan Pablo II, con 58, pero mucho me temo que eran otros tiempos. Veremos.