Almendros y vidas en flor

13/03/2021 - 11:06 Antonio Yagüe

Se han diseñado rutas para que escolares y amantes de la naturaleza disfruten del espectáculo y les sirva de aliciente para hacer kilómetros por vegas y senderos.

Marzo, los almendros en flor y los mozos en amor, rezaba un viejo refrán. Los últimos parecen retrasarse hasta el desconfinamiento. Este año la floración se ha adelantado por las temperaturas invernales medias más cálidas de lo habitual, cuenta mi amigo Salvador Lara de Jaraba. En la vecina Aragón, casi 70.000 hectáreas de estos frutales se han vestido de blanco y rosado. Flores madrugadoras que, junto al ciruelo rojo, conforman un club espectacular que va alternando los colores durante el final del invierno y toda la primavera.

Se han diseñado rutas para que escolares y amantes de la naturaleza disfruten del espectáculo y les sirva de aliciente para hacer kilómetros por vegas y senderos. Como con la nevada sobre el paisaje de los cerezos que vendrá a continuación al valle del Jalón, tan hermosa como la del Jerte cacereño.

De niños nos contaban la leyenda de una princesa mora que lloraba de nostalgia por la nieve que cubría su lejano país. El califa, en heroico gesto de amor para curarle el dolor, mandó plantar miles de almendros que cubrieron de flores blancas hasta donde alcanza la vista, emulando bellos copos de nieve que aliviaron su añoranza. La magia se repite cada año y revive la leyenda en una explosión de almendros en flor que tiñe los paisajes de blanco.

Expandido por fenicios y romanos, su fruto ofrece aplicaciones nutricionales, cosméticas y medicinales. Es el rey de turrones, mazapanes y otros dulces. Contemplar su floración, efímera como la vida, con su aroma deslumbrante, es una experiencia casi mística. Presagia el renacimiento vital que, según la Biblia, disipará las nieblas en cuerpos y almas. Supone revivir las ansiadas primaveras de siempre, amistades de antes, muchas ya ausentes, y disfrutar del tiempo que resta, pues cada segundo que se extravía de vida plena se pierde de eternidad.

Antonio Machado lo cantó con sublime nostalgia: “Bajo ese almendro florido,/ todo cargado de flor/-recordé-, yo he maldecido/ mi juventud sin amor.../ Hoy, en mitad de la vida,/ me he parado a meditar./ ¡Juventud nunca vivida,/ quién te volviera a soñar!”