Aniversario
Se cumple un año desde la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, apenas nueve meses desde que asumiera el poder por segunda vez. Y qué largo se está haciendo.
Tanta intensidad, tanta presión, tanta demostración de fuerza, acompañadas de tanto vaivén, nos tienen en un ay permanente, en un asombro que, a fuerza de habitual, está resultando eterno. Que si hoy apoyo a Putin y mañana lo llamo al orden, que si abronco a Zelenski y luego le vendo armas, que si te pongo aranceles o te los rebajo a la mitad, que si amenazo o alabo a unos u otros según despunte el día… La gestión política, como los mercados, requiere de estabilidad, de confianza, y así no hay quien la consiga. Más allá de la degeneración del personaje, que no ha hecho sino comenzar, lo más lamentable de su presidencia es la polarización que genera, que fomenta conscientemente con cada decisión que toma.
Hace un año, unos días antes de las elecciones, dije en estas mismas páginas que el gran peligro de Trump era que cediera ante las autocracias, que nos ganan por goleada en capacidad para hacer cálculos geoestratégicos. “Quintacolumnista de aquellos que luchan contra la democracia, caballo de Troya del mal”, dije de él. Y lo mantengo. En su contienda contra quienes no piensan de igual manera es incapaz de reconocer lo que nos une. Prefiere apoyar al enemigo, considerar a Putin su amigo porque muestra piel de cordero conservador, apegado a tradiciones que entiende que son las suyas, antes que a un ciudadano de Nueva York o de California que vote demócrata. Está más cerca de un fundamentalista iraní o saudí, tanto monta, que de cualquier conciudadano susceptible de ser considerado ‘woke’. Le puede el cainismo, tiene el odio interiorizado. Es lo malo de los extremismos, que radicalizan hasta convertir al otro en enemigo.
Como resultado de tanta polarización, de tanta radicalización que se replica por el otro extremo, su primer aniversario desde que se impusiera a la demócrata Kamala Harris ha coincidido con su derrota en las elecciones celebradas en California, Nueva Jersey, Nueva York y Virginia. En particular, la victoria de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York, un treintañero musulmán y socialista que se jacta de ello, es llamativa. Mamdani ha conseguido movilizar, desde unos planteamientos que hace apenas diez años le hubieran enviado a la nadería más absoluta, a todo aquel que se opone a Trump. El radicalismo de un lado provoca radicalismo en el otro, es ley. “Es imposible imaginar peor escenario que su victoria”, dije aquí hace un año. También lo mantengo, sobre todo para los estadounidenses.

