Apocalípticos

17/01/2020 - 17:34 Jesús de Andrés

La historia está llena de profecías incumplidas. Los anuncios de un inminente fin del mundo han estado siempre a la orden del día.

Reflexionando sobre los problemas y beneficios originados por la cultura de masas, por la generalización de la cultura a todos los estratos sociales, Umberto Eco estableció dos categorías según se posicionaba cada cual ante la cuestión: apocalípticos e integrados. Los primeros sólo veían problemas: la destrucción del tejido social, la utilización de temas alejados de los intereses de la mayoría, el entretenimiento como distracción de los verdaderos problemas. Para los segundos todo eran beneficios, como el acceso mayoritario a la cultura o la participación ciudadana. Hoy, que está más extendido que nunca el posicionamiento extremo, los defensores del apocalipsis afloran por todas partes. 

La historia está llena de profecías incumplidas. Los anuncios de un inminente fin del mundo han estado siempre a la orden del día. Los primeros cristianos creían que la segunda venida de Cristo era cuestión de días y como tal era algo que se anunciaba en sus primeras comunidades. El beato de Liébana llegó a fijar, en plena edad media, una fecha concreta, el 6 de abril del año 793. El año 1.000 trajo consigo el milenarismo. Y el 2.000 también, aunque en forma de catástrofe informática. Inocencio III, Miguel Servet, Nostradamus, Cristóbal Colón o Lutero también aventuraron una fecha para el final de los días. Los testigos de Jehová han pregonado distintas fechas en el último siglo: 1914, 1918, 1925, 1975…, sin dar ni una. Mucha fe hay que tener para perseverar en el error, para mantener la llama a pesar de las evidencias claras, a pesar de que el planeta ha seguido girando y el sol saliendo por el este sin rastro alguno de anticristos, resurrecciones de muertos o juicios finales en el horizonte. Cuando la certeza del error se manifiesta sólo queda achacar el incumplimiento a un yerro en el cálculo, pero manteniendo la veracidad de lo anunciado para otro momento. Cansados de esperar, los primeros cristianos aplazaron indefinidamente la fecha. Mejor ponerla lejos para evitar el desánimo. Los Testigos y demás sectas, inasequibles al desaliento, siguen anunciando los últimos días gracias a la presión a la que son sometidos sus miembros. Las filas prietas impiden deserciones.

En estos días de catástrofes anunciadas, de apocalipsis a la vuelta de la esquina, de anuncios de destrucción y caos cercanos, cabe preguntarse qué dirán los apocalípticos cuando pase el tiempo y sus profecías no se hayan cumplido. Posiblemente olvidarán que fueron por ellos proclamadas, anunciarán nuevos desastres más o menos a la vuelta de la esquina que hagan olvidar los fallidos o apretarán las filas para evitar fugas y apostasías. Cuánto esfuerzo baldío. Y cuánto malestar podrían evitar. Nadie discute que hay problemas grandes, como siempre los ha habido, pero nada justifica sustituir el debate sosegado por el anuncio del fin del mundo a cada paso que se da.