Aquella antigua fuente de agua del paseo de Las Cruces

04/02/2024 - 13:01 Eduardo Díaz

En el año 1970 el paseo, conocido popularmente como Las Cruces, dejaba de ser de tierra y se colocaban unas baldosas de colores blancos y granate que simulaban las formas de Cruces en referencia al bulevar. Recordamos hoy la historia del paseo.

Por Eduardo Díaz

En los planos municipales de Guadalajara del año 1849 figuraba un camino de tierra que se utilizaba como paseo, que comenzaba en la ermita de la Virgen de la Soledad y finalizaba en el paraje denominado como la’ Guarrina’. A lo largo de este paseo se encontraban colocadas unas cruces de piedra que servían para rezar el Vía Crucis durante el periodo de la Cuaresma.

Por este motivo, el Ayuntamiento de Guadalajara denominó a este paseo como el de Las Cruces. Con el tiempo el paseo pasó a denominarse del Doctor Francisco Fernández Iparraguirre, en honor al farmacéutico, filólogo y escritor nacido en Guadalajara en 1825, que durante su carrera profesional destacó por ser el fundador del Centro Volapukista Español, que servía como lengua universal. Falleció en el año 1889 y en la actualidad, en el bulevar que lleva su nombre, puede observarse su busto, en obra del escultor Luis Sanguino.

En el año 1970 el paseo, conocido popularmente como Las Cruces, dejaba de ser de tierra y se colocaban unas baldosas de colores blancos y granate que simulaban las formas de Cruces en referencia al bulevar. Igualmente la Corporación Municipal, presidida por Antonio Lozano Viñés, acordaba colocar una moderna fuente de agua justo enfrente de la iglesia de San Ginés, en el mismo lugar en donde anteriormente había estado la ermita de la Virgen de la Soledad.

El presupuesto de la nueva fuente, y los gastos de su colocación, ascendieron a algo más de un millón de pesetas, lo equivalente a seis mil euros. La fuente se componía de seis grandes vasos de granito en primera línea, alzándose chorros de agua con una altura de tres metros. Detrás de ellas se encontraban instalados veintidós pequeños vasos que vertían chorros de un metro de altura. La nueva fuente se complementa con un pequeño jardín con césped y plantas pequeñas, para no impedir la visión de los conductores en el cruce de la plaza de Santo Domingo. Para la regulación del agua de las fuentes se instalaron unos termostatos que iniciaban la salida del agua de la fuente a las nueve de la mañana y dejaban de surtir a las ocho de la mañana en periodo invernal y a las diez de la noche durante la primavera y el verano. El agua que se utilizaba era la misma en todo momento y se rellenaban los depósitos cuando no llegaba al nivel exigido para su aspersión.

De manera simpática, la ciudadanía bautizó a la nueva fuente como la del Abrevadero, debido a la forma que tenían los vasos de la curiosa fuente. Los días de fuerte viento, la dirección de las láminas de agua se desplazaban a ambos lados de la calzada de la glorieta. Ello provocaba que los vehículos que circulaban recibieran un auténtico lavado de manera gratuita. Igualmente el Guardia Urbano que regulaba el tráfico de vehículos recibía, cuando el viento era huracanado, un auténtico chapuzón. 

Tres años después de su inauguración, la moderna fuente fue desmontada, dejándose el jardín y poniendo en el lugar de la fontana un abeto. Los técnicos municipales pensaron poner la fuente en los nuevos parques de la zona residencial del Balconcillo, pero la inclinación del terreno y la implantación de nuevas tuberías para suministrar el agua a la fuente, hicieron inviable la colocación de los vasos. Por todo ello los vasos de granito fueron depositados en unos terrenos junto a la piscina municipal de San Roque. Allí permanecieron hasta la ampliación del parque de San Roque y la construcción de la piscina olímpica de verano, siendo retirados todos los vasos de la fuente por un camión de la brigada municipal de obras.