¡Arriba el porrón!
Bautizado con el nombre del ave acuática por su parecido, el porrón se inventó como una forma higiénica y práctica de beber el vino.
Tras el parón por la covid, los pueblos anuncian festejos por todo lo alto resucitando competiciones tradicionales. En algunos programas figuran campeonatos de porrón, genial invento del siglo XVIII que resurge no sólo para servir vino, sino cerveza (sola o con gaseosa) y cava. Los defensores sostienen que su uso es motivo de amistad, confianza, celebraciones entre amigos, fiestazos, comidas campestres, calçotades o barbacoas.
“Si bebes con el porrón, no perderás la razón”, anima un viejo dicho sobre esta tradición. Beber en porrón es un arte, una ciencia que requiere de práctica. Tampoco hay que hacerlo de modo perfecto atinando al gaznate sin derramar una gota. Pero sí con decisión. Si no, es probable acabar manchado. De niños nos entrenábamos con agua, para salvaguardar las modestas ropas y bolsillos.
Bautizado con el nombre del ave acuática por su parecido, el porrón se inventó como una forma higiénica y práctica de beber el vino. Eran tiempos en que las familias comían directamente de una sartén, cazuela o fuente, las rebanadas de pan hacían de plato y los cubiertos eran escasos. Alejandro Dumas y otros escritores viajeros de hace dos siglos largos relatan que no fueron capaces de cogerle el tranquillo y eran el hazmerreír de los hispanos.
Su uso era normal hasta casi los 80 en zongas y comidas colectivas. Se rellenaba cuando era necesario. Se ofrecía en posadas y tabernas, se apostaba en partidas de guiñote o tute y compartía risas y jolgorios.
Cuentan que el rito, rescoldo romántico del pasado, está de moda en bodegas españolas y hasta en pubs neoyorquinos. “Es la forma más cool de beber vino”, sentenció la revista Insider. Parece que a los modernos del otro lado del charco les hace gracia la “redoma de vidrio viejo” como lo define la RAE.
Ya no es un artefacto viejuno que cogía polvo en la estantería de la alacena ¡Arriba el porrón!