Artesanías para el mundo de hoy
Las artesanías son también manifestaciones de nuestro folklore, es decir, de nuestro “saber popular”, si nos atenemos, literalmente, al significado de la expresión “folklore”,
Me comentan que hace unos días falleció, Jerónimo Salaíces, el último alfarero de Lupiana y, seguramente, uno de los últimos artesanos tradicionales de este oficio en nuestra tierra. Vayan por delante nuestras condolencias para sus familiares y personas cercanas.
La actividad alfarera proveyó, durante siglos, a nuestras comunidades de los cacharros necesarios para la vida cotidiana y también de variados elementos -tejas, baldosas, etc.- para la construcción. Como es sabido, en nuestra tierra esa primera dimensión fue documentada fundamentalmente por Eulalia Castellote Herrero, a finales de los años 70, en su libro La Alfarería popular en la provincia de Guadalajara. Según ella, la familia Salaíces se instaló en Lupiana hacia 1.860, procedente de la provincia de Toledo. La actividad de los tejeros fue estudiada, durante años, por Juan Castillo Ojugas, que publicó su Tejas y tejares de la provincia de Guadalajara, aparte de otros estudios y artículos semanales en este mismo periódico y en El Decano, sobre los tejares y también sobre distintos alfares de Guadalajara. Otros autores y grupos como el “Equipo Adobe” han realizado importantes aportaciones al conocimiento y difusión de nuestra alfarería tradicional, pero no queremos ocupar más espacio hablando de la bibliografía provincial correspondiente.
La alfarería popular de fabricación de cacharros fue una actividad importante y necesaria, hasta la llegada del plástico y la producción industrial del vidrio, que sustituyeron los recipientes y enseres de barro por los de plástico y cristal.
Este fenómeno es en realidad mucho más general. La mecanización y la industrialización transformaron la mayor parte de los procesos de fabricación artesanos en otros sectores: carpintería, textil, cestería, etc. Algunas artesanías, vinculadas a actividades radicalmente transformadas, han desaparecido prácticamente o han disminuido notablemente su actividad. Ese sería el caso de la albardería, la carretería o la hojalatería, aunque todavía quedan vestigios o artesanos que las practican, en mayor o menor medida.
Cántaro tradicional fabricado en Lupiana. Foto: José Antonio Alonso.
En muchos casos las prácticas artesanas seculares han pervivido adaptándose a las nuevas demandas, evolucionando en sus procesos de obtención de materias primas, fabricación y venta. En cualquier caso, estamos hablando de oficios y técnicas de un alto valor patrimonial material, en cuanto a los objetos producidos, herramientas, etc., e inmaterial en cuanto a las técnicas de fabricación y su significado en el contexto de las culturas a las que pertenecen.
Las artesanías son también manifestaciones de nuestro folklore, es decir, de nuestro “saber popular”, si nos atenemos, literalmente, al significado de la expresión “folklore”, tal y como lo entendió su creador, el arqueólogo británico William John Thomson, que la utilizó por vez primera en 1846. Ese innegable valor patrimonial las hace acreedoras de su salvaguarda por cualquier sociedad que se precie de cuidar sus raíces culturales. De modo que aquí encontramos un primer motivo fundamental para el futuro de las artesanías: en tanto que suponen referentes culturales, las artesanías deben cuidarse, porque forman parte de nuestra esencia, al igual que debiera ocurrir con nuestra música, con nuestra gastronomía, con nuestras danzas y bailes seculares, con nuestros ritos y fiestas, con el resto de nuestra tradición oral, con nuestra arquitectura vernácula, etc. El “corpus” del saber popular debe ser tratado convenientemente y los proyectos culturales deben ir encaminados, entre otros, a este fin; eso al menos dicen las leyes que nos rigen. Para ello es necesario, en el caso de las artesanías que hoy tratamos, documentar las técnicas tradicionales y conservar las piezas, pues muchas veces nos encontramos ya ante ejemplares únicos. Y aquí tenemos otro motivo para el optimismo en relación con el futuro de las artesanías: la necesaria creación de centros de documentación y de museos que se encarguen de la tarea, si es que no existieran ya. Muchos centros museográficos se ocupan también de esa función documental, tan importante.
Tal vez piense el lector que con todo esto estamos hablando solamente de pasado, de reliquias del ayer. Pues no. Estamos hablando más bien de futuro, de un futuro construido sobre las bases de nuestras raíces. Muchos pensamos que las artesanías, al igual que la música, que la gastronomía, por ejemplo, pueden ser válidas para nuestra cultura actual. De hecho, grandes y reputados profesionales de esas y otras actividades han encontrado en la tradición una fuente de inspiración, una base bien cimentada para evolucionar y ofrecer sus variados e innovadores productos a la sociedad actual que, a fin de cuentas, es la que va a tener en su mano el demandar o no la oferta que se le hace. Porque una cosa sí parece cierta: las gentes de este mundo global, en general, necesitamos y buscamos las señas de identidad que nos sitúen en él. Por eso investigamos nuestros árboles genealógicos y en nuestros viajes pedimos ese vino o ese plato de la tierra y regalamos ese producto artesano adquirido.
Tradición y modernidad. Cerámica de Sargadelos. Foto: José Antonio Alonso.
La producción artesanal sigue siendo muy importante dentro de Castilla-La Mancha, tanto como manifestación cultural como por el movimiento económico que genera. En nuestra región la actividad artesanal posee la distinción, de marca de excelencia de “Legado Artesano”, un sello de identidad de la calidad de sus productos, impulsado por el Gobierno de Castilla-La Mancha. https://legadoartesano.castillalamancha.es/
Al igual que otras manifestaciones de nuestro folklore, los conocimientos y técnicas de los oficios eran trasvasados de generación en generación, siguiendo frecuentemente la vía familiar. En la actualidad, aparte de esta vía, va cobrando cada vez mayor importancia la enseñanza de conocimientos y técnicas en centros especializados, normalmente de carácter público o con ayuda institucional, que permiten añadir otro elemento de optimismo en el porvenir de nuestras artesanías. Justo por estas fechas de finales de septiembre empiezan las clases regulares en el Taller-Escuela del Palacio de la Cotilla del Ayuntamiento capitalino y en la Escuela Provincial de Folklore de la Diputación de Guadalajara.
Un ejemplo de alfarería creativa. Alfar de los Peño. Villafranca de los Caballeros. (Toledo).