Atempora, El Doncel y la nariz de Jennifer Aniston
En seis bloques el visitante atento tiene a la salida una idea y una luz de lo que fue esta comarca, epicentro de la diócesis que espera nuevo pastor con el alma en vilo, no vayan a anexionarla a Alcalá, por ejemplo, pues lo que cubica es el Corredor.
Espumas y terciopelo, desfila de nuevo en la catedral de Sigüenza una exposición, nivel “Edades del Hombre”, de buen trazo y muy dignos aportes. Dos arcángeles, talla Courtois, reciben en la puerta del claustro y a partir de ahí todo es disfrute en este largo tragabolas del arte local y comarcal con el fin de que el visitante acomode su percepción “entre el poder y la gloria”, título de esta Atempora II. A la salida, uno cree que la Segontia estuvo más pendiente de lo segundo, que no está mal pero suele ser poco práctico a la larga.
Suelen venir “de fábrica” estas exposiciones, de los talleres de Toledo, capital del virreinato, ignorando los trabajos y los días de tantos historiadores de altura en los que esta tierra es generosa, que echan en falta la sencilla grandeza de una botica del Hospital de San Mateo (en la Atempora I) o ahora la de la universidad seguntina, por ejemplo, pues el historiador de lo local, de purísima y oro cuando actúa en su plaza, tiende a la excelencia y hubiera cosido el paño otros nombres y otras obras imprescindibles aprovechando que la temática seguntina pasa solo una vez por el Henares.
En seis bloques el visitante atento tiene a la salida una idea y una luz de lo que fue esta comarca, epicentro de la diócesis que espera nuevo pastor con el alma en vilo, no vayan a anexionarla a Alcalá, por ejemplo, pues lo que cubica es el corredor. La diócesis fue mucho Sigüenza, desde las hebillas del correaje de los visigodos y las flautas de hueso anteriores hasta el cierre del palacio episcopal y aledaños, hace cuatro días. En números redondos, dos milenios y cuarto, cuya exquisitez se comprueba en cristos y vírgenes que son la pura verdad artística, sin afectaciones, a los que nada sobra y nada falta. También en la propia ballena de Jonás, la catedral limpia y fresca que luce como nunca, donde uno no deja de maravillarse del altar de Santa Librada con su arca mistérica y el de don Fadrique, o de la pulcritud de piezas singulares –la Virgen de la Leche, el Arca de la Misericordia- que han sido restauradas en su momento y suman y ennoblecen el recorrido como si uno paseara por el mejor de los templos mayores de España.
Le viene bien a Sigüenza este preludio de lo que vendrá a ser la celebración del IX centenario de la reconquista de la ciudad que se espera magna pues en el anterior hasta Toros hubo. Atempora II es un detalle con la España despoblada de aquí y el gran bajel que dijera Ortega está espléndido por dentro y fuera pues desde que se pone el sol pareciera salir otro por detrás de la puerta del Toril con su iluminación a todo gas hasta que se retira Cenicienta.
Van llegando viajeros que ya vieron la primera antes de la pandemia, y otros que se incorporan a la cofradía del gusto por las cosas bien hechas y se dan un homenaje como si navegaran en una góndola veneciana entre el incienso, tal que esta Atempora II que permite con el mismo billete asomarse a la capilla de San Juan y Santa Catalina y clavarse delante de un Doncel de libro de muchas cosas donde pareciera estar escrito lo que viene sucediendo, acaso también que las diócesis son tan efímeras como el tiempo, el poder y hasta la gloria, sic transit. Y uno no deja de maravillarse ante la bella escultura anónima –de momento- que gasta la misma nariz que Jennifer Aniston.