Llega don Julián

31/12/2023 - 12:18 Javier Sanz

Llega don Julián, quinto mío-la del 57-. Creo que la Iglesia nuestra está de enhorabuena ahora que suena todo a hueco, donde tradición y hecho religioso parecen la misma cosa pues retumban sin distingo, en fa menor.

Bajo un cielo azul diciembre y como se suele, fue recibido frente al asilo por gaiteros de capa parda de gala que tocaron el pasacalle de Josemari Canfrán, montó en yegua blanca y subió por la cuesta del seguntino José de Villaviciosa con el aplomo de Lucky Luke a lomos de Jolly Jumper porque quién se resiste al remache de la tradición. Cruzó el arco del tiempo que va de su casa, la antigua universidad de Sigüenza, al colegio episcopal -la SAFA, vamos- y se descabalgó en la puerta de Guadalajara, donde abrazó al cesante, don Atilano. Desde ahí fue un ascender por la calle de su predecesor y cardenal, Pedro de Mendoza, sobre una alfombra fina de cien metros y doscientos colores. Sonaron las campanas, a mano, cuando la izquierda regional, provincial y local formaba en fila de a tres, que nunca la izquierda pisó tanta ermita ni catedral como en el último decenio; algún pespunte nacional y el pueblo curioso por ponerle cara al nuevo prelado. Los seguntinos suelen medir con la vara métrica del episcopologio sus propias biografías: “recuerdo cuando entró don Pablo, y don Lorenzo, don Laureano, don Jesús, don José y don Atilano, fíjate si tendré años”. (A los obispos de Sigüenza se les sigue llamando por su gracia precedida de un “don” respetuoso -salvo a Muñoyerro, pues que el metal del apellido arrasó un Luis impersonal-).

Don Julián denota enseguida una gravedad. Viste y anda pulcro y vertical. No sonríe si no hace falta, lo cual le dota, y no paradójicamente, de una amabilidad y un respeto. Ya en los primeros días ha replicado la locución latina “ora et labora” que cultivaron los monjes benedictinos hasta encajarse traducido en el refranero como “a Dios rogando y con el mazo dando”. Durante su primer fin de semana en la ciudad primada visitó los conventos de Clarisas y Ursulinas, cenó en el Asilo de ancianos, y el lunes, después de un insólito aguardar en el confesionario, celebró misa mayor para visitar después la Residencia de ancianos del antiguo hospital de San Mateo, obra del Cabildo del XV al XXI. Don Julián tiene una voz para dar las noticias en Radio Nacional, pero la continuidad en el estudio le proporciona un magisterio exquisito. No lleva chuleta ni abusa del reloj, pues que explica el contenido de la Palabra con la profundidad, también la belleza, que encierra, poniéndolo al alcance de los pocos jóvenes -ahí viene teniendo tajo la Iglesia de nuestros días- y los muchos viejos que van siendo y empezamos a ser. Gesticula sin querer gesticular como si dirigiera la filarmónica de Viena y remata animando a contemplar el bello paisaje de estas tierras, que ya ha guipado del orto al ocaso en estos días en que los perfiles son de plumilla sobre colores de verdad que desbaratará el verano.

Llega don Julián, quinto mío -la del 57- y de los cuarenta y más que nacimos cuando se nacía sin cuentagotas. Creo que la Iglesia nuestra está de enhorabuena ahora que suena todo a hueco, donde tradición y hecho religioso parecen la misma cosa pues retumban sin distingo, en fa menor. Llega desde Huesca y Jaca, donde descansa bajo mármol nuestro Ángel Hidalgo, obispo de treinta años, casi, de pastoreo en aquellas montañas. Llega don Julián y, de primeras, uno quisiera que se quedara por aquí, pero dicen que la veleta de la torre del Santísimo apunta a Añastro. Claro, que se dicen muchas cosas. De momento, Sigüenza está contenta. Y se le nota. Tiene a quien escuchar y, según parece, con quien hablar. Sin perder el tiempo, naturalmente. Abre el V tomo del Minguella, perdón, del Olea. Por muchas páginas, don Julián.