Doña Amparo
La media hora, es un decir, que le sobraba a doña Amparo Illana quiso ocuparla fuera de la Moncloa y echar una mano a los demás, se dirigió a una institución modesta pero muy firme y eficaz, también discreta, ‘Apostolado Gitano’.
No caigamos en lo de “eran otros tiempos”, pero lo eran. Suárez residía en la Moncloa como el presidente de Gobierno que habíamos dispuesto los españoles. Tenía cinco hijos que se ocupaban en lo suyo, el colegio, etc., lo de entonces. El staff de Presidencia sumaba tantos nombres como la directiva de un casino de provincias y en el edificio de Semillas cabían con holgura pues todavía no se había inventado la figura de esa picaresca española que corre desde el Lazarillo, el “asesor” -869 hoy-. La media hora, es un decir, que le sobraba a doña Amparo Illana Elortegui quiso ocuparla fuera de la Moncloa y echar una mano a los demás, se dirigió a una institución modesta pero muy firme y eficaz, también discreta, “Apostolado Gitano”, al servicio de quienes lo pasaban regular con la hambruna y la falta de agua y mal con el veneno que se colaba en las venas en las chabolas, para tramitarles una vida más próspera, más integrada. Llegó una mañana y habló con el personal. Pidió un favor o condición: nadie se enteraría de que ella colaboraba en esta acción altruista, nadie sabría de su presencia en esta que hoy llamarían ONG. No hay que decir que no percibiría ningún salario, ni que movió ninguna influencia ni dirigió ningún papel de recomendación para alguien. Se trataba de otra cosa, de trabajar por la causa, en aquel momento por los menos favorecidos buscando una integración no de limosna sino de cerebro y de corazón. Y concretando. Sí, se trataba de trabajar, con toda naturalidad. Lo hizo sin un solo flash.
Era la mujer del presidente del Gobierno de España. Hoy reposa en el claustro de la catedral de Ávila, junto a su marido, bajo la lápida que dice: “La concordia fue posible”.