Bécquer habita en el olvido
Pocos escritores hay en la literatura española tan famosos y con una vida tan desconocida e idealizada por el mito del romanticismo.
Entre pandemias con sus olas, confinamientos, vacunas y reparos feministas se nos ha colado el 150 aniversario de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer. No ha pasado de discretos homenajes en su Sevilla natal, donde se gestaron sus rimas, y en el entorno soriano-zaragozano del Moncayo, donde inmortalizó sus leyendas y vivió sus últimos años. Nada en el Madrid de oscuras golondrinas y amores desdichados.
Pocos escritores hay en la literatura española tan famosos y con una vida tan desconocida e idealizada por el mito del romanticismo. Y eso que el poeta más popular de España, fallecido a los 34 años tras un corto pero intenso recorrido vital, apenas publicó en vida doce poemas que no dejó de corregir. Sus campos semánticos básicos eran la luz, el aire y el pensamiento, según sus estudiosos. Y el amor y el alma.
No fue un ser feliz: huérfano desde niño, muy tímido, enfermizo, engañado por su mujer y con dos hijos, casi desterrado de la corte, pintor frustrado, poeta no reconocido en vida.... Un genio que, como casi todos, resurgiría después de muerto. Su influencia es notoria en Machado, Juan Ramón Jiménez y Cernuda.
En días de encierro, calamidades vistas y ocultadas, me han venido a la cabeza sus versos: “Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía”. Quizá lo mismo que mantiene mi escéptico amigo Juan, un poco radical, de que todo es poesía, menos la poesía.
He recordado infinidad de veces su rima LXXIII: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Sobrecogedora en los antiguos entierros mientras resonaban en las sepulturas paladas de tierra sobre los ataúdes. Se equivocó. En una visita a su tumba en Sevilla comprobé que depositar cartas, notas y poesías es una romántica costumbre de quienes siguen rindiéndole tributo.
También es el único mausoleo ante el que siempre hay flores, secas y frescas. Bécquer es ese poeta al que conocemos en la adolescencia y se queda con nosotros como el mejor amigo, al que acudimos en caso de necesidad. Aunque oficialmente siga Donde habite el olvido, uno de sus magistrales poemas.