Bibliotecas

21/07/2024 - 11:41 Jesús de Andrés

Acabo de dirigir en Pontevedra un curso sobre bibliotecas y libros, un curso que ha intentado aunar pasión y formación, reflexión y rigor, amor por la palabra escrita y sus múltiples modalidades.

Cualquier biblioteca, por pequeña que sea, es un registro de nuestra propia biografía. Toda biblioteca particular es reflejo y archivo vivo de su dueño. Los libros acumulados a lo largo de una vida recogen nuestros sueños, nuestra formación, nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestros intereses: lo que somos. También las bibliotecas públicas son registro de la biografía de las instituciones a las que pertenecen, del saber acumulado de una localidad, de un territorio, de una institución o de un país. Unas y otras son memoria viva. Aunque, a lo largo de la historia, la forma de los libros ha cambiado incesantemente, las bibliotecas y los libros, así como la manera en que se han conservado, han acompañado al ser humano desde los inicios de la civilización. Sin la existencia de bibliotecas, ordenados depósitos de palabras, no se concibe el avance del conocimiento humano.

Acabo de dirigir en Pontevedra un curso sobre bibliotecas y libros, un curso que ha intentado aunar pasión y formación, reflexión y rigor, amor por la palabra escrita y sus múltiples modalidades. Un curso con vocación de insuflar a quienes lo siguieron, aunque no fue necesario pues ya la traían de casa, la querencia por esa forma de vida que son los libros y los lugares donde residen. Un curso que ha intentado avivar el uso de las bibliotecas de los centros de la UNED y promover sus actividades, pero también de impulsar ese amor que muchas personas tienen a estos lugares tan especiales, bien porque sea su profesión y esta sea vocacional, bien porque tienen en su domicilio su propia colección de libros. 

Recogía Mario Satz, en un libro clásico que se titula Bibliotecas imaginarias, una cita magnífica de Cicerón sobre estos lugares tan personales y abiertos, donde se unen la búsqueda del saber y la búsqueda del placer. Decía Cicerón: “si tienes una biblioteca con jardín, lo tienes todo”. Satz era un enamorado de las bibliotecas, pero también lo era de los jardines, dos lugares que uno debe cultivar, que debe cuidar, viendo con paciencia cómo se desarrolla, como crecen más unas ramas que otras, e incluso un lugar al que hay que cortar algunos tallos cuando se hacen viejos o cuando ocupan más espacio del posible. De hecho, escribió también un ensayo dedicado a los jardines Pequeños paraísos: el espíritu de los jardines, en el que estudió jardines de distintas culturas a lo largo de los tiempos (Babilonia, Grecia, Persia, China, Japón…), grandes monumentos vegetales que son lugares de nostalgia porque evocan al Paraíso perdido. Bibliotecas y jardines tienen mucho en común. Cultiven sus libros, sus flores, su huerto. Ahí, y más en verano, tan a mano, se encuentra la felicidad.