Viaje a la Alcarria


Como si de un adulto se tratara se torea al ternero, se pica con banderillas y pullas y se mata a espada. En prácticas. Como si todas las licencias y permisos autorizados en el macabro espectáculo sirvieran para tapar la falta de ética de quien participa en la salvajada.

Viajo por la Alcarria. Mi primera parada, el recién declarado Bien de Interés Cultural, Palacio de la Cotilla. Imposible no admirar su belleza una vez más, impensable no visitar en su interior el maravilloso Salón Chino que me hace perder la noción del tiempo cada vez que lo contemplo. El uso del edificio como Escuela Municipal de Artes ofrece a la construcción un espacio educativo y cultural que lo distingue. Arte y educación se unen para elevar el nombre de Guadalajara, haciéndonos sentir el orgullo de su patrimonio.

Luego están las escuelas que, en lugar de alzar el nombre de la provincia con sus actos, arrastran el mismo provocando la vergüenza de quienes pertenecemos a esta tierra. Me refiero a la Escuela Taurina de Guadalajara y a la clase práctica organizada en Pastrana el pasado 14 de agosto durante las Fiestas en honor de la Virgen de la Asunción. Me pregunto por qué determinadas prácticas vergonzantes tienden a escudarse en honor a una virgen piadosa. Una actividad autorizada y legal. Una actividad denunciada por PACMA que ha pasado a trámite con celebración de vista el próximo 16 de febrero.

Como si de un adulto se tratara se torea al ternero, se pica con banderillas y pullas y se mata a espada. Acto seguido se hace la suerte del estoque. En prácticas. Como si todas las licencias y permisos autorizados en el macabro espectáculo sirvieran para tapar la falta de ética de quien participa de semejante salvajada. Así, la villa se pasea por las redes sociales y los digitales viralizando una imagen de la provincia muy lejana a lo que cualquier ser compasivo pudiera desear.

Hablo con Albino Hernández, presidente de la Asociación Guadalajara Antitaurina, plataforma que en sus redes sociales denuncia el estado en el que el becerro quedó tras el encuentro con el chaval de catorce años que lo toreó. Las palabras definen su lamentable estado, aquello que la única imagen publicada no podía ocultar, “un amasijo de coágulos y huesos rotos”. 

Los festejos taurinos estaban en declive cuando llegó la pandemia a nuestras vidas, me cuenta Albino. No desde la opinión, sino desde la documentación rigurosa. Sin embargo, los festejos y las corridas de toros se financian con enormes cantidades de dinero público, de ahí su persistencia. Ante lo que no pueden luchar aquellos que defienden tal barbarie y viven de ella, es con la presencia de plazas vacías y cancelación de festejos. Los actos de propaganda tratando de revestir de modernidad algo que está condenado a desaparecer por parte de la Federación Taurina de Guadalajara, no parece estar dando buen resultado en su peregrinar de pueblo en pueblo. Cómo si Castilla la Mancha quisiera ser el último bastión taurino a nivel mundial, empeñándose en ser el ruedo de España.

Increíble pensar que el nombre de esta provincia no se alce a través de una cultura que respeta, crea y se fomenta por los años de historia que le atesoran, porque viajar por la alcarria y detenerse en la villa de Pastrana es historia escrita. Visito la Colegiata, en la que el Museo Parroquial de Tapices acoge la serie de tapices gótico flamencos más importante del mundo de finales del siglo XV. Contemplo cómo con seda y lana se tejieron paños que narran acontecimientos bélicos. Encargos para conmemorar las victorias militares. Tapices que hoy están empañados de sangre por el suplicio y sufrimiento de un animal que con menos de un año de edad, ha muerto en sus calles bajo el consentimiento de las instituciones locales.

Continuaré mi andanza por tierras alcarreñas de Guadalajara en algo más de diez días. Disfrutaré de los paisajes, las gentes y los pueblos. Y, como hizo el premio Nobel, anotaré en mi cuaderno todo lo que vea, aunque lo que se muestre ante mis ojos sea un viaje a la crueldad.