Carmen
Nos irás contando, Carmen, y presentando, quien habita en cada bombilla del cielo que entonces será azul por siempre.
Qué tal papá, Carmen?
-Bien sigue bien.
-Dale recuerdos, me alegro mucho.
(Papá es Santi, amigo de adolescencia y vestuario de fútbol, o sea, amigo definitivo. Va bien de lo suyo y no hace falta decir más.)
Y Carmen cruza el patio y sigue hacia la calle con su seriedad muy temprana, su guapura morena, atraviesa el portón y coge aire en la Alameda porque lo necesita, que papá anda por el alambre, es cierto que a sabiendas de que sus amigos, muchos, están abajo, con los brazos abiertos por si se rompe el cable, que a él le gustó siempre andar por libre, muy libre. Ninguno dejaría que en un descuido tocara el suelo.
Sigüenza ve pasar la procesión más solemne de sus procesiones, la Virgen en una nube de flores blancas escucha mil deseos -¿qué otra cosa son las oraciones?- que piden lo imposible, verla de nuevo en la misma calle, desde el mismo balcón, a la misma hora, pero basta con releer el periódico de hace un siglo para saber que es imposible, que de aquellos no queda nadie, y las esquinas seguirán cosiendo en cuentas de azabache un rosario de esquelas, bajo una cruz que sella una vida pero también una esperanza. Las esquinas de una ciudad vieja lloran por los canalones, con la calma de las horas que doblan las campanas en las ciudades de Castilla que han clavado iglesias de tres cruces en su pecho, la segunda, la que duele, en el corazón. Esta tarde seca de agosto corre sangre por los canalones, sangre roja que se va tornando rosa y con ella se santiguan los muchos amigos de Carmen, de los que se despidió anoche, sin que supiéramos que sí, que se iba por delante.
En culebra, piel de alquitrán, que cruza los campos de paja de una Soria de Machado, de un paisaje que termina en el horizonte porque nunca hubo más allá, se ha bajado Carmen esta mañana, con sus ojos de agua en el fondo del pozo, con una precoz elegancia macarena que no entendimos ni hubiéramos querido entender. Carmen pasea esta noche donde pocos, por el filo de una luna de platino en puntas, sin prisa, a la espera. Es la maestra de guardia en la parada del autobús escolar del que iremos bajando, a la hora que ya está escrita, más o menos. Nos irás contando, Carmen, y presentando, quien habita en cada bombilla del cielo que entonces será azul por siempre. Anoche, pasaba la Virgen de la Mayor por delante de tu casa, con su flor de plata en su mano derecha como quien coge un helado. No sabíamos que era para ti.
-¿Qué tal papá, Carmen?
Te lo preguntaré cuando cambien las agujas y las dos apunten al cielo. Después no hará falta porque nos veremos por allá arriba, cuando toque. Espero. Será tarde, pero al fin será pronto.