Citas malvadas
Me partió el corazón de adolescente una en que la policía arrestaba a una joven viuda con tres criaturas por vender su puesto en la cola de la estación de Atocha por 40 céntimos, el precio de una hogaza de pan.
La llamada novela social española, surgida en los años 50 del siglo pasado, narra colas en Madrid hasta para hacer otras colas. De lo que fuera: racionamiento, estancos, Correos, Renfe, lavar en el Manzanares o rellenar formularios para ayudas miserables e imposibles.
Me partió el corazón de adolescente una en que la policía arrestaba a una joven viuda con tres criaturas por vender su puesto en la cola de la estación de Atocha por 40 céntimos, el precio de una hogaza de pan. Llevaban en ella varias horas tras un madrugón invernal con las tripas vacías sonando toda la noche.
La imagen me ha vuelto a la cabeza al comprobar las colas, hoy primero virtuales y luego físicas a las que nos siguen sometiendo, administraciones democráticas y digitalizadas a la última con burocracias estúpidas en muchas ocasiones cuando (no digamos Hacienda) lo saben todo de nosotros. Llegan exigirnos a veces sus propias certificaciones. Algo tan torpe y grotesco como si le pedimos a un hijo el libro de familia para entrar en casa.
Algunas dependencias, como la Seguridad Social y el DNI, en Zaragoza y en nuestra comarca dan citas (todas son previas) que rebasan los cuatro meses. Todo, primero por internet o llama que te llama infructuosamente a un teléfono que nadie descuelga. Así las cosas, han surgió modernas gestorías que se ofrecen a facilitarlas, previo pago y dudosa efectividad. Otra industria a costa del administrado, sobre todo de más edad.
A un octogenario tampoco se le puede pedir que se descargue un código QR en el móvil y pague por internet. Bastante hace con saber a qué tecla darle si se pone malo. “Nos hemos convertido -observa un amigo- en una sociedad emputecida, como parte de la vida política ¡Suertudo Larra que al menos podía volver mañana!