Colombine en Guadalajara


Su presencia social fue tan vivaz que hizo que en Guadalajara también fuese considerada una celebridad, circunstancia a la que ella correspondía con agrado.

En la última vindicación de esta columna reflexionamos sobre el derecho que las personas tenemos a cambiar de opinión, una actitud inteligente que cuando está fundamentada facilita que los individuos y las sociedades evolucionen rompiendo estereotipos y disolviendo doctrinas inquisitoriales. 

Para ilustrar esta cuestión, pusimos el ejemplo de la extraordinaria Carmen de Burgos y Seguí, una mujer de vanguardia en el primer tercio del siglo XX que fue reconsiderando su posición respecto al voto femenino hasta convertirse en una de las grandes sufragistas de nuestro país.

Carmen de Burgos se casó a los dieciséis años con un hombre mucho mayor que ella que no la dispensaba un buen trato. De ello pudo liberarse cuando en 1901 llegó a Guadalajara para convertirse en la titular de la Sección de Letras de la Escuela Normal de Maestras, siendo nuestra ciudad su primer destino como docente tras haber aprobado las correspondientes oposiciones. 

Su implicación con este establecimiento educativo no fue muy relevante, habiendo de ser sustituida por otras profesoras mientras ella desarrollaba una intensa actividad novelística y periodística en Madrid. Pocos temas de actualidad no fueron abordados por Colombine (uno de los pseudónimos más reconocidos de Carmen de Burgos), cuyas opiniones podemos apreciar en su extensa producción literaria, en sus colaboraciones en diversos periódicos y en su participación en numerosos actos públicos.

  Esta presencia social tan vivaz hizo que en Guadalajara también fuera considerada una celebridad, circunstancia a la que ella correspondía con agrado. De esta manera, en 1907, Colombine escribió en Flores y Abejas sobre la impresión que le produjo el panteón de la Duquesa de Sevillano −uno de los emblemas urbanísticos de la ciudad ya en aquel tiempo−, personaje del que pudo constatar el afecto que en Guadalajara se le tenía por sus obras benefactoras entre las clases más humildes.

Por la propia hemeroteca sabemos que Carmen de Burgos mantenía relación con la prensa local, a la que en ocasiones hacía llegar sus libros, en otras publicaba alguna poesía e, incluso, cierta vez se dejó caer por la redacción de algún periódico. Aun así, lo que me resulta más destacable es su conferencia de 1905 en el Centro Alcarreño de Madrid con el título La mujer en la sociedad.

Desgraciadamente no se conserva el documento escrito de esa intervención, aunque, por ventura de mi afición a los libros de viejo, di con la edición de otra conferencia pronunciada en Roma al año siguiente pero de temática similar, lo cual nos permite deducir que su disertación alcarreña discurriera por una senda muy parecida.

  El 28 de abril de 1906, la Asociación de la Prensa Italiana en Roma invitó a Carmen de Burgos a realizar una exposición sobre La mujer en España (si lo desean, pueden acceder al pdf a través del Centro Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad de Alicante), en la que se deja notar la influencia de otra de las grandes, Concepción Arenal, una de las mujeres más importantes del siglo XIX, en la estimación de cómo las féminas no disfrutaban de los mismos derechos civiles que los hombres y, sin embargo, cuando se trataba de las sanciones penales, estas eran iguales y en algunos casos más severas.

Desde su tribuna romana, junto a una descripción casi grandilocuente de las españolas y sus regiones, Carmen de Burgos denuncia la desprotección a la que se enfrentan las obreras, la cual se dobla cuando se trata de mujeres solteras; también señala los problemas de la educación femenina y la pervivencia de costumbres enemigas de la igualdad; y cavila sobre el porqué de tantas reticencias hacia el divorcio, cuya inexistencia genera enormes inequidades para las mujeres.

En esas fechas, De Burgos ya había lanzado a través de El Heraldo de Madrid una de sus encuestas más controvertidas: la del divorcio. El escándalo fue tan monumental que le valió el apodo de la «divorciadora», granjeándose la misma popularidad que odios. Lo cierto es que el resultado fue inesperado hasta para ella, llegando a concluir que «España es favorable al divorcio, y es indudable que se establecerá entre nosotros como conquista de la civilización».

Respecto al sufragio femenino, en Roma Colombine aseguraba que «darle el derecho de voto es poner un arma peligrosa en manos de un niño. Claro que no por ser mujer, sino por ser ignorante». A lo que añadió: «Lo mismo sucede con el sufragio en los hombres. Desde que los ignorantes votan, cada elección es un escándalo; se compran los sufragios, se anda á tiros por las calles y hay que lamentar toda clase de inmoralidades».

Unos meses más tarde, ya rondando el fin de año, Carmen de Burgos se atrevió con otra encuesta de la cual hablamos en la columna aludida al comienzo de la presente («Derecho a cambiar de opinión»). En tan breve espacio de tiempo su postura ya se observa más benévola en relación a los derechos políticos de las mujeres y así prosiguió hasta liderar en gran medida el movimiento sufragista español.

Imaginen por un momento que no hubiera tenido la sagacidad para modificar su postura… o que las feministas de aquella época la hubieran declarado incompetente para defender el voto femenino por no haber estado en esa clave desde el principio… si eso hubiera sucedido, tal vez la historia sería otra y no mejor.